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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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PERSONAS Y PERSONAJES<br />

Santa, pero como somos ciento cuarenta y vamos todas con la<br />

cara tapada, ¿cómo te voy a conocer?».<br />

Y para <strong>de</strong>mostrarles mi teoría <strong>de</strong> que es más fácil que los jóvenes<br />

conozcan a los mayores que lo contrario, ¿a que todos uste<strong>de</strong>s<br />

conocen o han oído hablar <strong>de</strong> Marieta Pérez, cuando va en la procesión<br />

con la cara tapada?... ¡Perdón, Marieta!<br />

1980<br />

Mi primer maestro<br />

Le <strong>de</strong>dico estas líneas a don José Bispe, maestro <strong>de</strong> escuela, que<br />

en mi pueblo natal Siétamo en el año 1935 me enseñó las primeras<br />

letras.<br />

Yo vivía feliz en mi pueblo, <strong>de</strong>sconocedor <strong>de</strong> toda malicia. Un<br />

día, para mí no un día <strong>de</strong>terminado <strong><strong>de</strong>l</strong> calendario, mi padre me<br />

cogió <strong><strong>de</strong>l</strong> brazo y me llevó a la escuela. Ese día, que para mí era<br />

como todos, limitado por el alba y el ocaso, resulta que era la fecha<br />

que el calendario señalaba como comienzo <strong><strong>de</strong>l</strong> curso escolar.<br />

Entonces me enteré <strong>de</strong> que el calendario era un tirano y no un<br />

cartón en el que san Antonio sonreía a un niño gordito y don<strong>de</strong><br />

habían pegado un taco <strong>de</strong> hojas numeradas. Después <strong>de</strong> percatarme<br />

<strong>de</strong> esta servidumbre, empecé a notar la <strong><strong>de</strong>l</strong> reloj, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

torre <strong>de</strong> la vecina iglesia me marcaba cada día la hora <strong>de</strong> entrar en<br />

la escuela. En ella me enteré <strong>de</strong> que cada día tenía uno más y uno<br />

menos, en una palabra, que los días estaban contados porque el<br />

taco <strong><strong>de</strong>l</strong> calendario estaba numerado, cada día se arrojaba un<br />

papel al hogar, ardiendo presuroso y se iba tornando el taco más<br />

flaco con el paso <strong>de</strong> los días <strong><strong>de</strong>l</strong> año, y volviendo al calendario, me<br />

incorporé al fin, resignado a su tiranía, llegando a sentir curiosidad<br />

por el otro tirano que me marcaba la hora <strong>de</strong> entrar en la<br />

escuela: el reloj <strong>de</strong> la torre. Me hice amigo <strong><strong>de</strong>l</strong> sacristán, que me<br />

subía a la caseta <strong>de</strong> la maquinaria, allá en lo alto <strong>de</strong> la torre y veía<br />

el engranaje <strong>de</strong> las ruedas, escuchaba el tic-tac sonoro y los golpes<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> martillo en la campana María y me admiraba que la campana<br />

se llamase así y <strong>de</strong> que una <strong>de</strong> las ruedas se llamase Catalina, como<br />

la luna y como una vecina. Me preguntaba cómo se movía aquel<br />

mecanismo y el sacristán me <strong>de</strong>cía que las pesas, con su peso,<br />

hacían aquel milagro. El maestro en la escuela nos había explicado<br />

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