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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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RETABLO DEL ALTO ARAGÓN<br />

368<br />

como corrían tiempos <strong>de</strong> penuria, tendría ocasión <strong>de</strong> cobrar un<br />

duro para él, una peseta para el sacristán y cal<strong>de</strong>rilla para los escolanos.<br />

Estos, por mandato <strong><strong>de</strong>l</strong> sacristán, fueron corriendo a buscar<br />

al señor Joaquín Puyuelo, que por su profesión <strong>de</strong> podador y leñazero<br />

conocía todas las carrascas <strong><strong>de</strong>l</strong> monte.<br />

El mosén había recibido a sus visitantes en la solanera que tenía<br />

en su casa, pues en la sala tenía instalada una capilla y en el balcón<br />

colgaba una llanta <strong>de</strong> camión, que al golpearla con un martillo<br />

sonaba como una campana. La iglesia parecía una venta robada<br />

pues, durante la guerra, había sido usada como garaje e incluso<br />

había un foso para reparar vehículos.<br />

He hablado <strong>de</strong> los visitantes y he sabido que la señora venía<br />

acompañada por un caballero.<br />

El señor Joaquín no tardó en llegar. Se le explicó que se trataba<br />

<strong>de</strong> localizar el cadáver <strong><strong>de</strong>l</strong> esposo <strong>de</strong> la hermosa y el cortejo<br />

fúnebre se puso en marcha hacia la carrasca. El podador, limpiador<br />

lo llamamos aquí, entró en su casa, que le venía <strong>de</strong> paso, a cogerse<br />

la jada. Parecía un entierro sin muerto pero se trataba en realidad<br />

<strong>de</strong> un <strong>de</strong>sentierro. Y poco le costó al señor Joaquín <strong>de</strong>senterrar al<br />

difunto, pues en las guerras se pier<strong>de</strong> poco tiempo en cavar, si no<br />

hay un negrero que a fuerza <strong>de</strong> culatazos te hace trabajar. Un gitano<br />

<strong>de</strong> Barbastro <strong>de</strong>cía que lo pasó muy mal durante la guerra porque<br />

lo hicieron palear para enterrar muertos. El cadáver quedó<br />

patente, no tenía ni caja. El cura habló <strong>de</strong> la necesidad <strong>de</strong> ir a buscar<br />

unas parihuelas para llevarlo al cementerio.<br />

Aún no había acabado <strong>de</strong> hablar el cura cuando el caballero<br />

acompañante se lanzó sobre el muerto y se puso a buscar algo en<br />

el pequeño bolsillo <strong><strong>de</strong>l</strong> pantalón, bajo la cintura, en el que antes se<br />

llevaban los relojes y en el que ahora, al haber perdido su objetivo,<br />

algunos hombres escon<strong>de</strong>n aquello que no quieren que vean sus<br />

mujeres, y sacó lo que buscaba: un hermoso reloj <strong>de</strong> plata repujada.<br />

Se lo entregó a la señora, que lo metió en su bolso al tiempo<br />

que, dirigiéndose a mosen Marcelino Playán, le <strong>de</strong>cía: «Es que sabe,<br />

este hombre es ahora mi marido». Este, cogiendo <strong><strong>de</strong>l</strong> brazo a la<br />

bella y sin <strong>de</strong>cir gracias ni adiós, se fue como se iría cualquier bestia<br />

con su bella hembra.<br />

Al <strong>de</strong>senterrador, a pesar <strong>de</strong> ser un hombre endurecido por<br />

haber comido pan <strong>de</strong> mil hornos, le entraron ganas <strong>de</strong> llorar, pero

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