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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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RETABLO DEL ALTO ARAGÓN<br />

438<br />

En aquella cuadra, mejor dicho, en el espacio empedrado que<br />

cubría el espacio en <strong>de</strong>clive que iba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta hasta la cama<br />

<strong>de</strong> paja <strong>de</strong> las caballerías, al encen<strong>de</strong>r la mísera luz, <strong>de</strong>scubría uno<br />

cómo caminaban torpemente las negras y pesadas cucarachas; a<br />

pesar <strong>de</strong> su fealdad no producían la repugnancia <strong>de</strong> las marrones<br />

y ligeras que aparecen en los mostradores o bajo las cafeteras <strong>de</strong><br />

algunos bares.<br />

Trataban aquellos coleópteros, al notarse sorprendidos, <strong>de</strong><br />

ocultarse en sus agujeros, pero me acuerdo <strong>de</strong> aquella vieja, tan<br />

negra como las cucarachas, con su pañoleta negra atada <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong><br />

la barbilla, su toquilla y blusa negra, sus sayas, <strong><strong>de</strong>l</strong>antal, medias y<br />

alpargatas también negras, que quiso darnos a los niños una más<br />

negra diversión. Cogió varias cucarachas y <strong>de</strong>rramando sobre sus<br />

dorsos una gota <strong>de</strong> cera, iba pegando a cada una, un corto cabo <strong>de</strong><br />

aquellas <strong><strong>de</strong>l</strong>gadas velas usadas el día <strong>de</strong> la Can<strong><strong>de</strong>l</strong>era, a las que<br />

llamábamos can<strong><strong>de</strong>l</strong>etas; apagó la luz y fue encendiendo las velillas,<br />

que como mástiles portaban los bichos.<br />

Aquellos lentos animales empezaron a correr como <strong>de</strong>sesperados<br />

huyendo <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego que parecía, en aquella oscuridad, salir <strong>de</strong><br />

sus cuerpos. La vieja reía encantada, los otros niños se quedaban<br />

asombrados y yo era presa <strong>de</strong> la angustia. La vieja encontraba un<br />

extraño encanto en el espectáculo; en mí no había encanto ni<br />

<strong>de</strong>sencanto, sino angustia, pero <strong>de</strong>spués me ha ayudado a compren<strong>de</strong>r<br />

a Kafka en su Metamorfosis. Relataba <strong>de</strong> un modo escalofriante<br />

cómo un hombre se iba transformando en cucaracha,<br />

cómo, colocado en <strong>de</strong>cúbito supino, no se podía levantar; era el<br />

procedimiento que utilizaba la anciana para inmovilizar a las cucarachas<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que las capturaba hasta que les colocaba la vela maldita.<br />

De la mismo forma que el héroe o el miserable <strong>de</strong> Kafka se<br />

transformaba en cucaracha, parecía que aquellas verda<strong>de</strong>ras cucarachas<br />

se transformaban en hombres; corrían, corrían locas como<br />

corremos los hombres, parecían llenas <strong>de</strong> angustia por el peligro<br />

que llevaban encima, como nosotros estamos muchas veces angustiados<br />

por lo que pue<strong>de</strong> pasar, por la ambición, por la búsqueda <strong>de</strong><br />

una luz que nos obsesiona, al contrario <strong>de</strong> las cucarachas que aborrecen<br />

la luz y buscan su encanto en la oscuridad.<br />

Kafka buscaba la luz en la oscuridad <strong>de</strong> su ambiente. ¿Sería por<br />

eso que convertía a un hombre en cucaracha?

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