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Retablo del Alto Aragón - Instituto de Estudios Altoaragoneses

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RETABLO DEL ALTO ARAGÓN<br />

404<br />

notas, no volaba los aires una melodía que hiciera pararse a los<br />

viandantes a escucharla. Les daba pena y seguían su camino, pero<br />

no todo era incomprensión porque había quien admiraba el amor<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> hombre a su acor<strong>de</strong>ón, eternamente abrazado. Los camareros<br />

<strong>de</strong> un bar lo animaban y lo mimaban.<br />

Seguían brotando torpes los aires <strong><strong>de</strong>l</strong> fuelle por las lengüetas<br />

sonoras pero al «hombre <strong><strong>de</strong>l</strong> acor<strong>de</strong>ón» le sonaban como aspergios<br />

<strong>de</strong> Los pajaritos <strong>de</strong> María Jesús.<br />

Hoy lo he visto sonreír, más seguro <strong>de</strong> sí mismo, <strong>de</strong> la misma<br />

forma que al jinete, caballero en su caballo.<br />

Ya no me suena plañi<strong>de</strong>ro el acor<strong>de</strong>ón al contemplar la feliz y<br />

terapéutica fusión <strong><strong>de</strong>l</strong> instrumento con el hombre <strong>de</strong> las notas tristes.<br />

El lorito <strong>de</strong> Logroño<br />

Voy por las calles <strong>de</strong> la gran ciudad, como Pedro Navaja, pero<br />

sin navaja y sin malas intenciones. Salen los colegiales <strong><strong>de</strong>l</strong> colegio<br />

armando una alegre algarabía. Se oye en un balcón un ¡cre, cre!<br />

nada armónico. Es un lorito que se incorpora con su grito al bullicio<br />

<strong>de</strong> las muchachas. Estas no le hacen caso, no miran y se alejan<br />

indiferentes. Hace muchos años, los niños no éramos así.<br />

Parábamos <strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong><strong>de</strong>l</strong> lorito <strong>de</strong> casa la Navalesa y tratábamos <strong>de</strong><br />

darle conversación. Era una pretensión absurda, pues los loros<br />

jamás han sabido dar conversación a los humanos, lo más que han<br />

hecho es imitar nuestras voces, provocando la risa <strong>de</strong> las personas<br />

que las escuchaban. Desesperados por no obtener respuesta a<br />

nuestras preguntas, soltábamos algún taco que aquellas cotorras<br />

aprendían rápidamente y cuanto más grosero, más risa causaban<br />

en nuestros pícaros ánimos y más escándalo, sentido o fingido, en<br />

aquellas honorables personas que acertaban a pasar por <strong>de</strong>bajo <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

balcón don<strong>de</strong> hacía la vida la hermosa ave <strong>de</strong> plumaje ver<strong>de</strong>. En<br />

algunas ocasiones no solo eran ver<strong>de</strong>s las plumas que abrigaban al<br />

ave parlante, sino las palabras que salían <strong>de</strong> su corvo pico. Dichas<br />

palabras, por su color se dividían en ver<strong>de</strong>s, rojas, azules y abigarradas,<br />

ocupaban todo el espectro político pero sin i<strong>de</strong>as.<br />

Por la forma <strong>de</strong> expresarse, los había profanos y también píos.<br />

Estos eran los loros <strong>de</strong> las monjas y <strong>de</strong> las señoras respetables,<br />

que recitaban jaculatorias y las más a<strong><strong>de</strong>l</strong>antadas el rosario. Digo

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