Untitled - Fundación de Historia Natural Félix de Azara

512 Entre Pasados y Presentes II
hablaban con él” por la “eterna discusión política”, estaba al tanto de que realizaban
acciones armadas a lo cual se oponía por razones histórico‐políticas.
“Discutía muchas veces por esas cosas, porque habían metido un caño no sé por
dónde, digo ‘Están haciendo macanas. No tiene sentido. Esto no es la revolución
bolchevique’ ” (David)
Estas interpretaciones pueden pensarse como parte de la disputa simbólica
de los familiares con los discursos sociales que privilegian la violencia como
justificación de la desaparición, a través de la idea del “delincuente subversivo”
que legitimaría el asesinato. Esto los lleva a afirmar que aún en el caso de aceptarse
el ejercicio de la violencia, nadie merece la muerte. Pero la angelización de
las víctimas, parece ser la forma más eficaz de mostrar la injusticia de su muerte
ante el corriente dicho “Por algo será”, subordinándose así a la lógica de la condena:
sin violencia no hay justificativo posible.
Estas perspectivas pueden entenderse en el marco de un orden político
democrático, contexto en el cual se produjeron las entrevistas y en el que la institucionalidad
es el medio por excelencia –formalmente claro está– para la resolución
de conflictos. En este contexto, donde la reivindicación de los
desaparecidos se da predominantemente a partir de la negación de su identidad
política y especialmente militar, en suma, la memoria de la militancia está
construida sobre la obliteración del valor de la violencia.
Más allá del contexto histórico inmediato de estas narraciones, el conflicto
ético en torno a la violencia es presentado por Weber (1991:139) como inherente
a la reflexión sobre la política 7 . No se trata entonces de una “memoria
defectuosa” (Portelli 1991:44) o mentirosa, ni de un depósito pasivo de los
hechos, sino de un activo proceso de creación de significados elaborados por
la memoria para darle un sentido al pasado 8 , siendo la desaparición uno de
los acontecimientos paradigmáticos. En este sentido, tal vez las prácticas de la
violencia no encajan en las explicaciones que los familiares quieren construir
sobre la desaparición, dado el conflicto ético que les genera a partir de la condena
pública de aquellos que sostienen la “teoría de los dos demonios”, los
“militares” y los “terroristas”, donde todo el resto, “la sociedad” y aquellos
desaparecidos “inocentes de terrorismo”, son víctimas. Esto se vincula a ciertas
reflexiones que se dan a raíz de otra ruptura del orden cultural, a partir de
ciertas prácticas públicas de la clandestinidad –robos, secuestros, asesinatos,
etc.– que pueden pensarse en el contexto del universo simbólico de lo “no
santo” y la “impureza” (Douglas 1973), o sea, nuevamente un desorden simbólico.
Esto contribuiría a explicar –en parte– los rodeos, dudas, ambigüeda‐
7. Esto tiene que ver con la naturaleza del Estado moderno que se define, en parte, por el monopolio
legítimo de la violencia, considerando ilegítima cualquier otra forma de violencia (Weber 1991:66).
8. Es importante tener en cuenta el contexto actual de interpretación, ya que lo que vemos hoy toma su
lugar en el cuadro de nuestros recuerdos viejos e, inversamente, esos recuerdos se adaptan al conjunto
de nuestras percepciones actuales (Halbwachs 1967:17).