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Intercambios formales e informales en un grupo de internados… | Juan A. Seda 717
personas con retraso mental que surge de las normas de derecho civil que dirigen
la declaración judicial de insania y que reducen la capacidad de obrar de las
personas internadas.
Quien tiene acceso a bienes acrecienta sus posibilidades de gozar de prestigio
y poder entre los internos, ya que demuestra un consumo deseable por otros y
además puede intercambiar en condición ventajosa. Marshall Sahlins (1983) ha
enfatizado en la conexión entre la corriente material –de objetos– y las relaciones
sociales, acuñando un famoso aforismo de la antropología: “Si los amigos
hacen regalos, son los regalos quienes hacen amigos” (Sahlins 1983:204). La existencia
de un sistema de intercambios que escapa a las normas formales de la sociedad,
incluso a los reglamentos vigentes al interior de una institución, denota
que además de ser valiosos los bienes –cigarrillos, yerba mate, azúcar, ropa– lo
más deseado es participar de los procesos sociales que dan acceso al usufructo
de esas cosas. Es el camino en sí mismo lo que justifica el esforzarse en trabajar
y cumplir un conjunto de normas de convivencia con otros pacientes y también
con el personal empleado en la institución.
La antropología social ha planteado desde hace casi un siglo que los intercambios
de bienes no se agotan en la circulación de cosas, por lo que no se
requiere que exista una estricta equivalencia en los pagos o los trueques de mercancías
(Malinowski 1986). La importancia de estos intercambios estriba en que
fundan y constituyen relaciones sociales. De allí que el estudio sobre estas conductas
ejecutadas por estos pacientes pueda resultar de provecho para analizar
sus competencias en la vida social, aún en un contexto de encierro institucional.
Los intercambios entre pacientes superan la propuesta inicial de labores y oficios,
ya que no solamente una persona se vincula con una actividad manual
sino que establece un vínculo con otras personas –compra, vende, permuta, trabaja
para otros, se ve obligado a pagar y a cobrar ya sea en moneda corriente
como con otras prestaciones–. Algunos pacientes pueden trabajar en uno de los
empleos ofrecidos por la Colonia, entonces cobrarán el peculio, mientras que
otros pocos pueden lavar automóviles, ya no para la institución sino en beneficio
de profesionales médicos –es muy excepcional que los familiares que visitan
a pacientes concurran en vehículos particulares–. Mientras que algunos reciben
una pensión del Estado nacional, otros pueden recibir dinero y/o regalos de sus
parientes. Hay quienes logran salir del establecimiento y prestan servicios como
cortar el pasto a los vecinos de la localidad de Torres, mientras que otros roban
objetos a sus compañeros de pabellón.
Los testimonios sobre prestaciones recíprocas, regalos, trueques, ventas,
denotan competencias complejas desarrolladas por personas que han sido
recluidas en una institución, por no ser –paradójicamente– productivas. El
encierro y la asistencia total al paciente no parecen compatibles con las habilidades
sociales demostradas en la vida cotidiana de estas personas, capaces de
obtener bienes pero, sobre todo, de luchar por una ubicación en el grupo. La
internación provoca una ruptura de la cotidianeidad del paciente, lo segrega a
un ámbito en el cual se le estaría proveyendo de todo lo necesario para su subsistencia.
Esa asistencia extrema, apoyada en una presunta incapacidad de las