Untitled - Fundación de Historia Natural Félix de Azara

566 Entre Pasados y Presentes II
nal y familiar, el mayor o menor involucramiento con ciertos lugares del territorio,
el manejo de saberes femeninos y su transmisión y aprendizaje al interior de
las familias extensas, el valor –o la devaluación– que las diferentes familias le
dan a los alimentos del monte, el ingreso económico de las unidades domésticas,
el tiempo que las mujeres le dedican al trabajo artesanal, entre otras.
Conceptos teóricos importantes: el involucramiento y la visión territorial
femenina
Abordar el análisis del uso del territorio desde el concepto de “involucramiento
comprometido” –engaged involvement– (Ingold 1993), nos ha permitido
no reproducir cierta noción del uso del territorio o de los saberes femeninos
sobre el entorno como un conocimiento abstracto y codificado que los indígenas
manejan y ordenan en un sistema categorial y lógico cuasi filosófico y que, en
verdad, representa el modelo construido por el antropólogo; es decir, su relación
teórica con su objeto de estudio proyectada hacia la relación concreta que
los actores sociales mantienen y reproducen con el mundo. Relación práctica
que es muy distinta a la relación intelectual que construye el que se posiciona
como observador externo de esa realidad (Bourdieu 1993). El concepto de involucramiento
remite a la idea de un ejercicio práctico, habituado, de un saber
concreto, que se nutre de ciertas formas de educarse y socializarse corpóreamente
en espacios particulares. Desde este posicionamiento no negamos una
experiencia ontológica de continuidad entre los elementos humanos y
no‐humanos, ligada a ciertos principios de división y clasificación 13 , no necesariamente
conscientes u objetivados por los propios actores.
Las experiencias de las mujeres en el monte eran experiencias concretas,
devenidas de una relación vívida e histórica con ciertos lugares. También ambigua
y contradictoria, dado que el monte por ejemplo es representado como un
lugar valioso porque es dador de alimentos y de materiales para la producción
de artesanías pero, a la vez, es temeroso por los “peligros” que potencialmente
envuelve. Objetivar la praxis de las mujeres con ciertos lugares, nos recordaba
otro brete de la antropología –y de todo procedimiento de acercamiento intelectual
al conocimiento del “otro” culturalmente distinto– señalada por Ingold
(1993): lo escabroso que es penetrar y aprehender otras formas de construir
conocimiento en las cuales predominan otros canales de percepción y orientación
–como el cuerpo, los sueños, y cierta percepción audiovisual–, disposiciones
incorporadas y transmitidas generacionalmente en el seno de un grupo.
Para Ingold (1993), es parte de la condición humana ser un ser inmerso, un ser
involucrado con el mundo, en un involucramiento activo, práctico y perceptual
con los constituyentes del mundo en que se mora y existe. Hablando de los grupos
que históricamente se han visto involucrados cotidianamente con la selva o
el monte, menciona que allí prima una “ontología del morar”. La del pensamiento
científico, europeo y occidental, en cambio, es una “ontología del pen‐
13. Principios de división y clasificación que, como bien señala Bourdieu (1993), también son los principios
de “visión”.