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Relaciones internacionales.indb - HOMINES

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ERNESTO SÁBATO<br />

Con la emoción que me produce el afecto con el que generosamente<br />

me han recibido, he venido a compartir con ustedes las confesiones de<br />

este viejo escritor que, con asombro e incertidumbre se acerca ahora a los<br />

umbrales del Último Misterio. Y qué mejor lugar que dentro del marco<br />

de una universidad a la que acuden centenares de hombres y mujeres,<br />

chicas y muchachos en busca de esa inagotable sabiduría que alberga la<br />

gran literatura. Aún hoy reconozco el fervor con que en mi infancia me<br />

acerqué por primera vez a las grandes narraciones.<br />

El arte y la literatura fueron el puerto definitivo donde calmé mi ansia<br />

de nave sedienta y a la deriva. Las lecturas que apasionadamente leí,<br />

han transformado mi vida, gracias a esas verdades que sólo el arte puede<br />

revelar. Me he dejado poseer por los grandes del arte, de la literatura, de<br />

la música y la filosofía; en ellos es donde prevalece una oscura e ilimitada<br />

reserva del sentido que nos abre a intuiciones decisivas, cuando todas las<br />

certezas se disgregan, se consumen, se pierden.<br />

Nunca he sido uno de esos lectores de obras completas que se guían<br />

por alguna clase de sistematización. Por el contrario, en cada una de mis<br />

crisis he cambiado de rumbo, pero comportándome siempre, ante las obras<br />

supremas, como si me adentrara en un texto sagrado; buscando en ellas<br />

una revelación ocular.<br />

Otras lecturas no tienen mucho valor, ya que pasan por nuestro espíritu<br />

sin dejar rastros, y solamente aquello que nos hiere, que nos imprime una<br />

huella, sirve al despliegue de nuestra vida.<br />

Por eso Kafka recomendaba leer libros que nos atraviesen el cuerpo<br />

como un hacha, resquebrajando cuanto haya de congelado en nuestro<br />

espíritu. Una novela que deje tal cual al escritor y al lector es una novela<br />

inútil, estéril. ¿Quién puede ser el mismo luego de haber leído Dostoievsky<br />

Después de “Los Hermanos Karamasov” no somos las mismas personas<br />

que antes, como seguramente tampoco lo fue Dostoievsky.<br />

Aquellas obras despertaron en mí una sed infinita de absoluto y me<br />

alentaron en la riesgosa pero apasionada búsqueda de mi vocación, de mi<br />

destino.<br />

Vengo, entonces, a compartir con ustedes estas confesiones, en un<br />

intento por desentrañar las incertidumbres y oscuras motivaciones que a<br />

lo largo de estos años me han iniciado en el misterio de la creación.<br />

El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto<br />

sino que se encarna en circunstancias. Ni el amor, ni los encuentros<br />

verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades,<br />

sino que nos están misteriosamente reservados. (Cuántas veces<br />

en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que<br />

existen en el mundo, nos cruzamos con aquéllas que, de alguna manera,<br />

poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a<br />

los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se lo reconoce los indicios<br />

• <strong>HOMINES</strong> • Vol. XX, Núm. x - xxxxx de 2005 127

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