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Relaciones internacionales.indb - HOMINES

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MIRIAM NAVEIRA MERLY<br />

compañeros sobre algún punto en particular. Las discusiones nos permiten<br />

anticipar los argumentos que se esgrimirán contra nuestra posición y los<br />

puntos débiles de la de los demás.<br />

Mi presencia en estos Plenos causó cambios, desde leves y jocosos,<br />

hasta sustantivos. Mis compañeros cambiaron algunos de sus hábitos.<br />

Hicieron un gran esfuerzo, y entiendo que aún continúan haciéndolo, por<br />

no utilizar palabras soeces (malas palabras) en las discusiones y trataron<br />

de arreglar los “chistes” para convertirlos en chistes de salón. Esto a veces<br />

resultaba. Sin embargo, en otras ocasiones los chistes los arreglaban<br />

tanto que dejaban de ser graciosos. Todo esto me pareció algo curioso,<br />

pues denotaba una crianza a la antigua. Sentí con orgullo la influencia de<br />

sus madres. Yo me crié entre dos hermanos, así es que dudo mucho que<br />

hubieran podido utilizar una palabra que yo no hubiese oído o hacer un<br />

chiste que tarde o temprano yo no escucharía. Algunos de mis compañeros<br />

me informaban que cuando por alguna razón yo no podía participar en<br />

el Pleno, éste revertía al patrón masculino de palabras soeces y “chistes<br />

coloraos”.<br />

Ahora bien, lo que realmente me causó más problema en el Pleno,<br />

fue buscar la forma de hacerme oír cuando las discusiones se tornaban<br />

agitadas y los vozarrones de mis colegas hacían prácticamente imposible<br />

el que pudiera competir en esa liga, a esos niveles de decibeles. Desarrollé<br />

un grado de tolerancia insospechada unido a una gran paciencia que me<br />

ha permitido sobrevivir y hacer valer mis puntos de vista aun bajo estas<br />

condiciones adversas, ya que no puedo alterar mis cuerdas vocales. Pero lo<br />

que considero uno de mis mayores éxitos ha sido el lograr que mis compañeros<br />

aceptasen que hay más de una forma o manera de ver las cosas<br />

y analizar los problemas y que ésta no es necesariamente la más correcta,<br />

sino distinta y debe tenerse en cuenta.<br />

Resulta axiomático que todas las personas juzgan y visualizan un<br />

proceso a través del prisma de experiencias acumuladas y que según la<br />

persona madura, el efecto cumulativo del conocimiento adquirido y las<br />

experiencias vividas se traduce en una constante revaluación de su percepción<br />

de las personas y las instituciones. Yo no he estado ajena ni inmune a<br />

este proceso evolutivo. Este proceso indiscutiblemente afectó mi visión del<br />

Tribunal Supremo. Mi primer contacto con el Tribunal fue en la periferia<br />

como oficial jurídico, luego como abogada postulante y finalmente como<br />

miembro de este exclusivo círculo de juristas. En el proceso, he podido<br />

aquilatar con precisión todo el esfuerzo que entraña lograr el producto<br />

final que a veces, por lo escueto y sencillo que es, no refleja lo difícil que<br />

fue llegar a esta conclusión.<br />

Fue cuando en el 1960 comencé a formar parte del Tribunal Supremo<br />

como “monaguillo jurídico”, según nos apodaba el profesor Santos P. Amadeo,<br />

que los Jueces, los dioses del Olimpo de acuerdo a algunos, dejaron de<br />

• <strong>HOMINES</strong> • Vol. XX, Núm. x - xxxxx de 2005 143

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