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Relaciones internacionales.indb - HOMINES

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IVETTE ROMERO-CESAREO<br />

Desde que los estudios sobre la otredad y autoridad narrativa se hicieron<br />

populares, siempre se ven citados autores como Fernando Ortiz,<br />

Miguel Barnet, y ocasionalmente, Lydia Cabrera. Sin restarle importancia<br />

a estos estudiosos, pienso que es importante estudiar obras literarias<br />

de escritores que, por cualesquiera sean las razones, han sido ignorados<br />

desde el punto de vista de los estudios culturales. Esta omisión puede ser<br />

resultado de los problemas de la clasificación genérica. La narración de<br />

María Granados, que sufre de los obvios problemas de clasificación del<br />

testimonio, y los textos de Alonso como Agua pasada (1981) y Tiempo ido<br />

(1997), que se han leído más como ficción que como crónicas verídicas,<br />

se han quedado al margen del corpus literario de carácter antropológico o<br />

sociológico. Al leer el trabajo de ambas como texto histórico, descubrimos<br />

todo un mundo caracterizado por la pluralidad y diversidad étnica, racial,<br />

de clase, de edad, y demás categorías de identificación. Las vivencias de<br />

una sociedad compleja y de grandes divisiones sociales rodean a estas<br />

cronistas, alimentando así su visión política desde muy temprana edad.<br />

En los textos de Alonso y Granados, la mujer negra, marcada por el<br />

legado de la esclavitud, encuentra un lugar protagónico y periférico a la<br />

misma vez. No hay que olvidar que, en Cuba, aunque la esclavitud es legalmente<br />

abolida en el 1880 (cuando nace Granados), continúa formalmente<br />

bajo un sistema similar llamado “patronato”, en el cual los ex-esclavos<br />

trabajan para sus previos amos durante años con muy poca remuneración<br />

y sin éstos tener la obligación de proveer alimentos ni satisfacer sus necesidades<br />

básicas.<br />

Gran parte de las crónicas de Tiempo ido 1 de Dora Alonso (que recoge<br />

relatos escritos entre los años 1936 y 1988), tienen como personaje<br />

principal a Namuní, sirvienta del hogar y “abuela adoptiva” de Alonso,<br />

quien nos dice “Fue por ella [...] que aprendí a matar los prejuicios racistas<br />

con el puñal amoroso de su bondad, su abnegación y su dignidad” (79).<br />

Namuní nos ofrece la voz narrativa que da testimonio a los sufrimientos<br />

bajo la esclavitud. Nos cuenta Alonso que tenía apenas ocho años cuando<br />

entendió por primera vez el dolor de su historia, el desgarre de ser<br />

vendida a los diez años y separada de su madre: “Yo estaba con ella en<br />

el barracón. Llegó el mayoral y me dijo: ‘Ven conmigo, mulata, que ya<br />

tienes nuevo amo.’ Mi madre lloró cuando yo la miré muerta de miedo.<br />

Mi madre se tapó la cara y dijo: ‘¡Ay, mi hija!’ Fue la última vez que la<br />

vi” (73). Si con “los labios narradores” de Namuní, Alonso aprendió de<br />

las injusticias de la esclavitud y la servidumbre, éstos también le transmitieron<br />

lecciones liberadoras para su futuro: el valor de la rebeldía y de la<br />

libertad. Por ejemplo, le contaba Namuní sobre el ama que les trataba de<br />

enseñar a leer a las esclavas: “Alrededor del sillón de la vieja, las jóvenes<br />

siervas aprendían el estribillo de las primeras letras, a, b, c, d ... y vengan<br />

1<br />

Dora Alonso. Tiempo ido. 1997.<br />

• <strong>HOMINES</strong> • Vol. XX, Núm. x - xxxxx de 2005 333

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