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Cementerio de animales - Stephen King

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—Vamos —dijo Jud—. Manos a la obra.<br />

Louis sacudió la cabeza y trató <strong>de</strong> resistirse, pero no encontraba palabras,<br />

palabras razonables, explicaciones. Parecían carentes <strong>de</strong> sentido en medio <strong>de</strong>l<br />

ulular <strong>de</strong>l viento y bajo aquel dosel <strong>de</strong> estrellas centelleantes.<br />

—Eso pue<strong>de</strong> esperar hasta mañana, cuando hay a luz…<br />

—¿Ellie quiere al gato?<br />

—Sí, pero…<br />

La voz <strong>de</strong> Jud era suave y la entonación, lógica.<br />

—¿Y tú la quieres a ella?<br />

—Naturalmente, es mi hi…<br />

—Pues ven conmigo.<br />

Y Louis fue con él.<br />

Dos veces —tal vez tres— Louis trató <strong>de</strong> hablar a Jud aquella noche, camino <strong>de</strong><br />

Pet Sematary, pero Jud no respondió y Louis <strong>de</strong>sistió. Seguía sintiendo aquel<br />

sosiego, extraño, dadas las circunstancias, pero real. Parecía dimanar <strong>de</strong> todas<br />

partes. Lo percibía incluso en la fatiga <strong>de</strong> acarrear en una mano a Church y en la<br />

otra, la pala. Lo percibía en el viento helado que le insensibilizaba las partes <strong>de</strong> su<br />

cuerpo que estaban al <strong>de</strong>scubierto. Y en los mismos árboles. Y en la luz oscilante<br />

<strong>de</strong> la linterna <strong>de</strong> Jud. Louis sentía la presencia indiscutible, omnímoda y<br />

magnética <strong>de</strong> un misterio. Un misterio tenebroso.<br />

Dejaron atrás el bosque, en el que apenas había nieve. Habían llegado al<br />

claro. Allí se adivinaba el leve resplandor <strong>de</strong> la nieve.<br />

—Vamos a hacer un alto para <strong>de</strong>scansar —dijo Jud, y Louis <strong>de</strong>jó la bolsa. Se<br />

enjugó el sudor <strong>de</strong> la frente con la manga. « ¿Un alto?» . Pero si ya habían<br />

llegado. Louis distinguió las estelas a la luz <strong>de</strong> la linterna que <strong>de</strong>scribió un círculo<br />

errabundo cuando Jud se sentó y apoy ó la cara entre los brazos.<br />

—Jud, ¿te encuentras bien?<br />

—Perfectamente. Sólo necesitaba recobrar el aliento.<br />

Louis se sentó a su lado e hizo media docena <strong>de</strong> inspiraciones profundas.<br />

—En estos momentos, me siento divinamente —dijo Louis—. Hacía más <strong>de</strong><br />

seis años que no me encontraba tan bien. Ya sé que parece un disparate <strong>de</strong>cir eso,<br />

cuando uno va a enterrar al gato <strong>de</strong> su hija, pero es la pura verdad, Jud.<br />

Jud respiró profundamente un par <strong>de</strong> veces.<br />

—Sí; sé a lo que te refieres. Suce<strong>de</strong> <strong>de</strong> vez en cuando. Uno no elige el<br />

momento para sentirse bien ni para sentirse <strong>de</strong> otro modo. Y el lugar influye,<br />

pero tampoco hay que atribuirlo a eso. La heroína da una sensación <strong>de</strong> bienestar<br />

al adicto mientras se la inyecta en el brazo y, no obstante, le está envenenando.<br />

Le envenena el cuerpo y le envenena el pensamiento. Este lugar pue<strong>de</strong> tener el<br />

mismo efecto, Louis, no lo olvi<strong>de</strong>s. Ojalá no me equivoque en lo que voy a hacer.

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