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Cementerio de animales - Stephen King

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—No, <strong>de</strong>scuida.<br />

Él volvió a levantarse y ella le tiró <strong>de</strong> la mano.<br />

—Papi.<br />

—¿Qué, cielo?<br />

—No la sueltes —susurró Ellie.<br />

Louis se unió a los <strong>de</strong>más, y Jud le presentó a sus sobrinos, que en realidad eran<br />

primos en segundo o tercer grado…, <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong>l hermano <strong>de</strong>l padre <strong>de</strong><br />

Jud. Eran dos mocetones <strong>de</strong> unos veintitantos años con un aire <strong>de</strong> familia muy<br />

marcado. El hermano <strong>de</strong> Norma frisaba los sesenta, según supuso Louis, y si bien<br />

en su cara se advertían las huellas <strong>de</strong>l disgusto, parecía sobrellevarlo bastante<br />

bien.<br />

—Celebro conocerles —dijo Louis. Se sentía un poco violento. Al fin y al<br />

cabo, era un extraño a la familia.<br />

Ellos le saludaron con un movimiento <strong>de</strong> cabeza.<br />

—¿Ellie está bien? —preguntó Jud haciéndole una seña con el mentón. La<br />

niña remoloneaba en el vestíbulo y los miraba.<br />

« Des<strong>de</strong> luego; sólo quiere asegurarse <strong>de</strong> que no me esfumo en el aire» ,<br />

pensó Louis casi con una sonrisa. Pero aquel pensamiento le sugirió otro: « Oz, el<br />

Ggan<strong>de</strong> y Teggible» . Y la sonrisa se <strong>de</strong>svaneció.<br />

—Sí, creo que sí —dijo Louis agitando la mano hacia ella. La niña hizo otro<br />

tanto y dio media vuelta para salir, haciendo volar la falda <strong>de</strong> su vestido azul<br />

marino. Louis observó en ella, con cierta dolorosa sorpresa, un aire <strong>de</strong> madurez.<br />

Fue sólo un momento, pero momentos como aquél le hacen a uno recapacitar.<br />

—¿Qué? ¿Estamos listos? —preguntó uno <strong>de</strong> los sobrinos.<br />

Louis asintió y lo mismo hizo el hermano menor <strong>de</strong> Norma.<br />

—Con cuidado —dijo Jud. Tenía la voz ronca. Luego, dio media vuelta y<br />

subió por el pasillo lentamente, con la cabeza inclinada.<br />

Louis se situó en el ángulo posterior izquierdo <strong>de</strong>l féretro gris acero mo<strong>de</strong>lo<br />

American Eternal que Jud había elegido para su esposa. Agarró el asa que le<br />

correspondía y entre los cuatro hombres sacaron lentamente el ataúd <strong>de</strong> Norma<br />

a la mañana gélida y luminosa <strong>de</strong>l primero <strong>de</strong> febrero. Alguien —seguramente<br />

el sacristán— había echado una gruesa capa <strong>de</strong> ceniza sobre el sen<strong>de</strong>ro<br />

resbaladizo <strong>de</strong> nieve pisada y helada. Junto a la acera, un furgón Cadillac<br />

<strong>de</strong>spedía un humo blanco por el tubo <strong>de</strong> escape. A su lado, observándolos y<br />

preparados para ayudar por si alguno resbalaba o <strong>de</strong>sfallecía (quizá el hermano),<br />

estaban el director <strong>de</strong> la funeraria y su hijo, un muchacho afónico.<br />

Jud, <strong>de</strong> pie junto a ellos, contempló cómo introducían el féretro en el coche.<br />

—Adiós, Norma —dijo encendiendo un cigarrillo—. Hasta pronto,<br />

muchacha.

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