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Cementerio de animales - Stephen King

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podría recordar <strong>de</strong>spués, Rachel salió <strong>de</strong> la autopista por el <strong>de</strong>svío <strong>de</strong> Hammond<br />

Street que discurría cerca <strong>de</strong>l cementerio don<strong>de</strong> un azadón era lo único que<br />

estaba enterrado en el ataúd <strong>de</strong> su hijo, y cruzó el puente <strong>de</strong> Bangor-Brewer. A<br />

las cinco y cuarto, estaba en la carretera 15, rumbo a Ludlow.<br />

Iría directamente a casa <strong>de</strong> Jud. Por lo menos, cumpliría aquella parte <strong>de</strong> su<br />

promesa. El Civic no estaba en la avenida <strong>de</strong>l jardín, <strong>de</strong> todos modos. Claro que<br />

podía estar en el garaje. Pero la casa parecía abandonada. No había indicio<br />

alguno <strong>de</strong> que Louis hubiera vuelto.<br />

Rachel aparcó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la furgoneta <strong>de</strong> Jud y se apeó <strong>de</strong>l Chevette mirando<br />

en <strong>de</strong>rredor con precaución. El rocío centelleaba en la hierba a la luz diáfana <strong>de</strong><br />

la mañana. Cantó un pájaro, pero enmu<strong>de</strong>ció enseguida. En las contadas<br />

ocasiones en que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la adolescencia, había estado levantada a aquella hora<br />

<strong>de</strong>l amanecer sin motivo justificado, Rachel siempre experimentó una sensación<br />

<strong>de</strong> soledad y exaltación a la vez: un sentimiento paradójico <strong>de</strong> continuidad y<br />

renovación. Pero, esta mañana, no sentía nada tan limpio y puro. Sólo aquella<br />

vaga inquietud que no podía atribuir por completo a las últimas y terribles<br />

veinticuatro horas y a su reciente <strong>de</strong>sgracia.<br />

Subió las escaleras <strong>de</strong>l porche y abrió la puerta mosquitera, y se dispuso a<br />

tocar el timbre. Recordaba que le encantó aquel timbre la primera vez que fue<br />

con Louis a casa <strong>de</strong> los Crandall; lo hacías girar hacia la <strong>de</strong>recha y emitía un<br />

sonido fuerte pero armonioso, anacrónico pero encantador.<br />

Acercó la mano al timbre, pero entonces miró al suelo <strong>de</strong>l porche y frunció<br />

el entrecejo. Había barro en la alfombra. Eran huellas <strong>de</strong> pisadas que venían<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta mosquitera hasta allí. Huellas pequeñas. Al parecer, <strong>de</strong> pisadas <strong>de</strong><br />

niño. Pero ella había viajado toda la noche y sabía que no había llovido. Viento,<br />

pero lluvia no.<br />

Se quedó mirando las huellas mucho rato —en realidad, <strong>de</strong>masiado— y<br />

<strong>de</strong>scubrió que tenía que hacer un esfuerzo para acercar la mano al timbre. Lo<br />

asió… y luego retiró la mano.<br />

« Lo que ocurre es que me resisto a tocar el timbre con este silencio.<br />

Probablemente, él se habrá acostado a pesar <strong>de</strong> todo y tal vez le dé un susto…» .<br />

Pero no era eso lo que ella temía. Estaba nerviosa y un poco asustada <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que se dio cuenta <strong>de</strong> que era incapaz <strong>de</strong> mantenerse <strong>de</strong>spierta; pero este miedo<br />

<strong>de</strong> ahora era distinto y se lo provocaban aquellas pisadas. « Unas pisadas que<br />

eran <strong>de</strong>l tamaño…» .<br />

Su cerebro trató <strong>de</strong> bloquear el pensamiento, pero estaba cansado y torpe.<br />

« … <strong>de</strong> los pies <strong>de</strong> Gage» .<br />

« Oh, basta, ¿es que no pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>jar eso?» .<br />

Alargó el brazo e hizo girar la palanca <strong>de</strong>l timbre.

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