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Cementerio de animales - Stephen King

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Rachel volvió a gritar.<br />

Irwin Goldman, sangrando por la boca, cruzó en dos zancadas hacia el lugar<br />

<strong>de</strong>l pasillo en don<strong>de</strong> su y erno había quedado <strong>de</strong> rodillas y le <strong>de</strong>scargó un puntapié<br />

en los riñones. El dolor fue como el <strong>de</strong> un latigazo. Louis apoyó las manos en la<br />

alfombra para no caer <strong>de</strong> bruces.<br />

—¡Y ni con los viejos pue<strong>de</strong>s, gallina! —gritó Goldman roncamente. Volvió a<br />

golpear a Louis con su zapato negro <strong>de</strong> viaje. Esta vez no le dio en el riñón sino en<br />

la parte alta <strong>de</strong> la nalga izquierda. Louis gruñó <strong>de</strong> dolor y ahora sí cayó,<br />

golpeándose la barbilla contra el suelo y mordiéndose la lengua—. ¡Toma! —<br />

gritó Goldman—, la patada en el culo que <strong>de</strong>bí darte la primera vez que<br />

apareciste husmeando por mi casa, ¡cerdo! —Volvió a golpear, ahora en la otra<br />

nalga. Lloraba y reía. Louis advirtió ahora que Goldman iba sin afeitar: señal <strong>de</strong><br />

luto. El director <strong>de</strong> la funeraria corría hacia ellos. Rachel se había zafado <strong>de</strong> los<br />

brazos <strong>de</strong> Mrs. Goldman y también corría, gritando.<br />

Louis giró <strong>de</strong>sgarbadamente y se sentó. Su suegro había vuelto a levantar la<br />

pierna y Louis le asió el zapato con las dos manos —el cuero, hizo un ruido seco,<br />

como el <strong>de</strong> un balón bien blocado— y lo lanzó con todas sus fuerzas.<br />

Goldman, con un alarido, salió disparado hacia atrás, haciendo girar los<br />

brazos para recobrar el equilibrio, y fue a caer sobre el ataúd mo<strong>de</strong>lo Eternal<br />

Rest <strong>de</strong> Gage, fabricado en la ciudad <strong>de</strong> Storyville, Ohio, y que había costado<br />

muy caro.<br />

« Oz el Ggan<strong>de</strong> y Teggible acaba <strong>de</strong> caer encima <strong>de</strong>l ataúd <strong>de</strong> mi hijo» ,<br />

pensó Louis, atontado. El féretro se vino abajo con estrépito. Primero se cay ó el<br />

caballete <strong>de</strong> la izquierda y <strong>de</strong>spués, el <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha. Saltó la cerradura. A pesar<br />

<strong>de</strong> los gritos y los llantos, a pesar <strong>de</strong> los aullidos <strong>de</strong> Goldman que, al fin y al cabo,<br />

no era más que un niño viejo que jugaba a buscar un culpable para <strong>de</strong>sahogarse,<br />

Louis oy ó el chasquido <strong>de</strong> la cerradura al saltar.<br />

El ataúd no llegó a abrirse, <strong>de</strong>sparramando los maltrechos restos <strong>de</strong> Gage<br />

para que todos pudieran contemplarlos, pero Louis comprendió que aquello había<br />

estado a punto <strong>de</strong> ocurrir. No fue así gracias a que el ataúd cayó plano y no <strong>de</strong><br />

lado. No obstante, durante la fracción <strong>de</strong> segundo en que la tapa estuvo abierta,<br />

Louis divisó una mancha gris: el traje que compraron para envolver el cuerpo <strong>de</strong><br />

Gage. Y una cosita rosa. La mano <strong>de</strong> Gage.<br />

Sentado en el suelo, Louis ocultó la cara entre las manos y se echó a llorar. Ya<br />

no le importaba su suegro, ni los misiles MX, ni las suturas permanentes o<br />

solubles, ni el calentamiento atmosférico. En aquel momento, Louis Creed quería<br />

morir. Y, <strong>de</strong> pronto, apareció ante sus ojos una escena extraña: Gage, con unas<br />

orejas <strong>de</strong> Mickey Mouse, riendo y dando la mano a un gran Goofy en la avenida<br />

principal <strong>de</strong> Disney World. Lo vio con perfecta claridad.<br />

Uno <strong>de</strong> los caballetes estaba en el suelo y el otro había quedado apoyado en<br />

el estrado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que los ministros pronunciaban la oración fúnebre. Tumbado

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