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Cementerio de animales - Stephen King

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—Será mejor que entre en casa cuanto antes —dijo Jud al fin—. De un<br />

momento a otro, Louella Bisson y Ruthie Parks traerán a Norma y ella se<br />

extrañaría <strong>de</strong> no encontrarme.<br />

—¿Tienes hora? —preguntó Louis. Le sorprendía que Norma no estuviera y a<br />

en casa. Sus músculos le <strong>de</strong>cían que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser más <strong>de</strong> medianoche.<br />

—Ajá. Llevo la cuenta <strong>de</strong>l tiempo mientras estoy vestido. Luego, lo <strong>de</strong>jo<br />

escapar.<br />

Extrajo un reloj <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong>l pantalón y lo abrió.<br />

—Son más <strong>de</strong> las ocho y media —dijo cerrándolo <strong>de</strong> nuevo con un<br />

chasquido.<br />

—¿Las ocho y media? —repitió Louis estúpidamente—. ¿Nada más?<br />

—¿Qué hora creías tú que era? —preguntó Jud.<br />

—Más tar<strong>de</strong>.<br />

—Hasta mañana, Louis —dijo Jud dando media vuelta.<br />

—Jud.<br />

El viejo volvió la cabeza, con un leve gesto <strong>de</strong> interrogación.<br />

—Jud, ¿qué es lo que hemos hecho esta noche?<br />

—¿Qué? Enterrar al gato <strong>de</strong> tu hija.<br />

—¿Eso es todo?<br />

—Todo. Eres buena persona, Louis, pero haces <strong>de</strong>masiadas preguntas. A<br />

veces uno tiene que hacer lo que cree que es justo. Lo que el corazón le dice que<br />

es justo. Y si, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> hacerlo, uno no se siente <strong>de</strong>l todo bien, como si tuviera<br />

indigestión, pero no en el buche, sino en la cabeza, entonces empieza a hacer<br />

preguntas y a pensar que quizá se ha equivocado. ¿Sabes lo que quiero <strong>de</strong>cir?<br />

—Sí —respondió Louis, pensando que Jud <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haberle leído el<br />

pensamiento mientras cruzaban la explanada, hacia las luces <strong>de</strong> la casa.<br />

—Pero quizá se les escapa que, antes <strong>de</strong> dudar <strong>de</strong> sí mismos, <strong>de</strong>berían<br />

<strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> sus propias dudas —dijo Jud mirándole fijamente—. ¿Tú qué<br />

opinas, Louis?<br />

—Opino que tal vez tengas razón —dijo Louis lentamente.<br />

—Y en cuanto a lo que uno siente en su corazón, no es muy bueno hablar <strong>de</strong><br />

ello, ¿verdad?<br />

—Depen<strong>de</strong>…<br />

—No —dijo Jud, como si Louis se hubiera mostrado plenamente <strong>de</strong> acuerdo<br />

—. No es bueno. —Y con aquella voz serena, firme e implacable, aquella voz<br />

que daba escalofríos a Louis, agregó—: Esas cosas son secretos. Se supone que<br />

son las mujeres las que mejor guardan los secretos, y algunos tendrán, pero<br />

cualquier mujer sensata te dirá que nunca ha podido averiguar lo que hay en el<br />

fondo <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong>l hombre. El fondo <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong>l hombre es árido, Louis,<br />

como el suelo <strong>de</strong> ese viejo cementerio micmac <strong>de</strong> ahí arriba. Es casi roca viva.<br />

El hombre cultiva lo que pue<strong>de</strong>…, y lo cuida.

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