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Cementerio de animales - Stephen King

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Durante un momento, la niebla se oscureció adquiriendo una tonalidad gris<br />

pizarra, pero aquella silueta difusa como una marca al agua, tenía más <strong>de</strong> veinte<br />

metros <strong>de</strong> alto. No era sombra ni fantasma inmaterial; Louis sentía moverse el<br />

aire a su paso, temblar el suelo, chasquear el barro bajo sus pies monumentales.<br />

Creyó ver un momento, muy arriba, dos chispas anaranjadas. Chispas como<br />

ojos.<br />

Entonces el sonido empezó a alejarse y un pájaro gritó tímidamente: sólo<br />

uno. Otro le respondió. Un tercero intervino en la conversación. Un cuarto hizo <strong>de</strong><br />

ello una reunión <strong>de</strong> junta. El quinto y el sexto lo convirtieron en asamblea <strong>de</strong><br />

pájaros. Los sonidos <strong>de</strong>l avance <strong>de</strong> la cosa (lento pero no errático, y tal vez eso<br />

fuera lo peor, esa sensación <strong>de</strong> avance consciente) se alejaban hacia el norte. Se<br />

iban… se iban… fuera.<br />

Por fin Louis empezó otra vez a moverse. Tenía los hombros y la espalda<br />

baldados. Estaba bañado en sudor <strong>de</strong> los pies a la cabeza. Los primeros mosquitos<br />

<strong>de</strong> la temporada, jóvenes y hambrientos, dieron con él y se sentaron a darse el<br />

lote.<br />

« El “wendigo”, santo Dios, era el “wendigo”, la criatura que vaga por las<br />

tierras <strong>de</strong>l norte, la criatura que, si te toca, te convierte en caníbal. Era él. El<br />

“wendigo” acaba <strong>de</strong> pasar a menos <strong>de</strong> sesenta metros <strong>de</strong> mí» .<br />

Basta <strong>de</strong> estupi<strong>de</strong>ces, se dijo, había que imitar a Jud y evitar el pensar en lo<br />

que pudiera ser lo que se veía más allá <strong>de</strong> Pet Sematary : eran los somormujos, la<br />

aurora boreal, los socios <strong>de</strong>l club PEN <strong>de</strong> los Yankees <strong>de</strong> Nueva York. Que fuera<br />

cualquier cosa, menos las criaturas que saltan y reptan y serpentean en el<br />

submundo. Que hubiera Dios, que hubiera mañanas <strong>de</strong> domingo, que hubiera<br />

risueños ministros episcopales <strong>de</strong> <strong>de</strong>slumbrante sobrepelliz…, pero que no<br />

hubiera estos espeluznantes horrores en la cara oscura <strong>de</strong>l universo.<br />

Louis siguió andando con su hijo, y el suelo volvió a endurecerse bajo sus<br />

pies. Segundos <strong>de</strong>spués encontró un árbol caído: su contorno se dibujaba en la<br />

bruma como un gran plumero ver<strong>de</strong> gris tirado por la doncella <strong>de</strong> un gigante.<br />

El tronco estaba partido, y la rotura era reciente; la pulpa amarillo pálido aún<br />

goteaba una savia que Louis notó caliente al apoy arse para pasar al otro lado…,<br />

y en el otro lado había una <strong>de</strong>presión <strong>de</strong>l terreno <strong>de</strong> la que tuvo que salir casi a<br />

rastras y, aunque había matas <strong>de</strong> enebro y <strong>de</strong> laurel aplastadas contra el suelo,<br />

Louis no quería pensar que aquello fuera la huella <strong>de</strong> un pie. Una vez hubo salido<br />

<strong>de</strong> ella, habría podido volverse a mirar, para comprobar si tenía tal<br />

configuración, pero prefirió no hacerlo. Y siguió a<strong>de</strong>lante, con la piel fría, la boca<br />

caliente y seca y el corazón alborotado.<br />

Pronto <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oír bajo sus pies el chasquido <strong>de</strong>l barro. Ahora sonaba el<br />

crujido leve <strong>de</strong> las agujas <strong>de</strong> pino y, <strong>de</strong>spués, roca. Ya casi había llegado.<br />

El terreno se elevaba rápidamente. Algo le golpeó la espinilla, algo que no era<br />

una simple roca. Louis alargó un brazo con movimiento torpe (la articulación <strong>de</strong>l

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