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Cementerio de animales - Stephen King

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46<br />

Después <strong>de</strong> hablar con Rachel, Jud se puso una chaqueta ligera —el sol se<br />

había nublado y se había levantado viento— y cruzó la carretera en dirección a<br />

la casa <strong>de</strong> Louis, no sin antes mirar con precaución a <strong>de</strong>recha e izquierda, por si<br />

venía algún camión. Los camiones tenían la culpa <strong>de</strong> todo. Los con<strong>de</strong>nados<br />

camiones.<br />

Pero no era eso.<br />

Sentía como si Pet Sematary y lo que había más allá tirase <strong>de</strong> él. Pero si<br />

antes <strong>de</strong> aquella llamada era como un atractivo arrullo, una voz que prometía<br />

consuelo y un cierto po<strong>de</strong>r, ahora su mensaje era más sordo y tenebroso: algo<br />

hosco y amenazador. « No te mezcles en esto, tú» .<br />

Pero él no podía mantenerse al margen; era responsable <strong>de</strong> muchas cosas.<br />

Jud vio que el Honda Civic <strong>de</strong> Louis no estaba en el garaje. Allí no había más<br />

que el Ford gran<strong>de</strong>, cubierto <strong>de</strong> polvo, como si hiciera mucho tiempo que no se<br />

usara. Probó la puerta trasera <strong>de</strong> la casa y la encontró abierta.<br />

—¿Louis? —llamó, seguro <strong>de</strong> que Louis no podía contestar, pero <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong><br />

romper el silencio <strong>de</strong> aquella casa. Oh, eso <strong>de</strong> hacerse viejo empezaba a ser una<br />

lata, tenía los brazos y las piernas torpes y pesados, no podía estar ni dos horas<br />

trabajando en el jardín sin que la espalda le martirizara, y si era la ca<strong>de</strong>ra, a<br />

veces le parecía que un berbiquí se la estaba taladrando.<br />

Jud empezó a recorrer la casa metódicamente, buscando las señales que tenía<br />

que buscar: « El atracador más viejo <strong>de</strong>l mundo» , pensó sin mucho humor,<br />

mientras registraba. No encontró ninguna <strong>de</strong> las huellas que le hubieran alarmado<br />

realmente: ni cajas <strong>de</strong> juguetes que a última hora no se hubieran entregado a<br />

beneficencia, ni ropa <strong>de</strong> niño disimulada <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una puerta, en un rincón <strong>de</strong>l<br />

armario, ni <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una cama… ni, lo que hubiera sido peor, la cuna montada<br />

<strong>de</strong> nuevo en la habitación <strong>de</strong> Gage. Absolutamente ninguna <strong>de</strong> las señales que él<br />

buscaba. No obstante, se notaba en la casa un <strong>de</strong>sagradable vacío que <strong>de</strong> un<br />

momento a otro tuviera que llenarse <strong>de</strong>… en fin, <strong>de</strong> algo.<br />

« Quizá no estaría <strong>de</strong> más que me diera una vuelta por el cementerio <strong>de</strong><br />

Pleasantview. A lo mejor allí hay noveda<strong>de</strong>s. Podría tropezarme con Louis Creed<br />

e invitarle a cenar o algo así» .<br />

Pero el peligro no estaba en el cementerio <strong>de</strong> Bangor, sino allí, en aquella<br />

casa, y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella.<br />

Jud salió y volvió a cruzar la carretera. Ya en su casa, sacó <strong>de</strong>l frigorífico un<br />

paquete <strong>de</strong> seis cervezas y lo llevó a la sala. Se sentó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l mirador<br />

orientado a casa <strong>de</strong> los Creed, abrió una cerveza y encendió un cigarrillo.<br />

Mientras caía la tar<strong>de</strong>, el pensamiento <strong>de</strong> Jud empezó a discurrir hacia atrás,

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