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Cementerio de animales - Stephen King

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12<br />

Lo primero que advirtió al entrar en el recinto <strong>de</strong> la universidad fue el súbito<br />

y espectacular aumento <strong>de</strong>l tráfico. Turismos, bicicletas y gente corriendo con<br />

shorts <strong>de</strong> gimnasia. Tuvo que frenar bruscamente para no atropellar a dos<br />

muchachos que venían haciendo « jogging» <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Dunn Hall hacia las pistas<br />

<strong>de</strong> atletismo, situadas <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l pabellón poli<strong>de</strong>portivo. Del frenazo, se le clavó el<br />

cinturón en el hombro. Hizo sonar el claxon. Le indignaba el modo en que<br />

corredores y ciclistas prescindían <strong>de</strong> toda precaución. Al fin y al cabo, estaban<br />

haciendo <strong>de</strong>porte. Uno <strong>de</strong> ellos, sin mirarle siquiera, le hizo un gesto con el <strong>de</strong>do.<br />

Louis suspiró y siguió a<strong>de</strong>lante.<br />

La segunda novedad era que la ambulancia no estaba en el aparcamiento,<br />

frente a la enfermería, y esto le intranquilizó. La enfermería estaba preparada<br />

para tratar cualquier enfermedad o acci<strong>de</strong>nte menos grave; había tres salas <strong>de</strong><br />

reconocimiento muy bien equipadas, a las que se entraba directamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

gran vestíbulo, y dos salas con quince camas cada una. Pero no había quirófano<br />

ni nada parecido. Los casos graves eran transportados en ambulancia al Centro<br />

Médico <strong>de</strong> Maine Oriental. Steve Masterton, el médico ay udante que acompañó<br />

a Louis en su primer recorrido <strong>de</strong> las <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias, le mostró con justificado<br />

orgullo el libro registro <strong>de</strong> los dos cursos anteriores: sólo treinta y ocho servicios<br />

<strong>de</strong> ambulancia en todo aquel tiempo… No estaba mal, si uno tenía en cuenta que<br />

el censo <strong>de</strong> estudiantes rebasaba los diez mil y la población total era <strong>de</strong> casi<br />

diecisiete mil personas.<br />

Y, el primer día <strong>de</strong>l curso, ya no estaba la ambulancia.<br />

Louis <strong>de</strong>jó el coche en el hueco en el que, en un rótulo recién pintado, se leía:<br />

RESERVADO PARA EL DOCTOR CREED y entró rápidamente en la<br />

enfermería.<br />

Encontró a Miss Charlton, una mujercita canosa y <strong>de</strong>lgada, <strong>de</strong> unos cincuenta<br />

años, en la primera sala <strong>de</strong> reconocimientos, tomando la temperatura a una<br />

jovencita con tejanos y corpiño playero. La muchacha, según observó Louis,<br />

tenía quemaduras solares recientes y estaba <strong>de</strong>spellejándose.<br />

—Buenos días, Joan —dijo—. ¿Dón<strong>de</strong> está la ambulancia?<br />

—Oh, ha sido toda una tragedia —dijo la mujer, extray endo el termómetro<br />

<strong>de</strong> la boca <strong>de</strong> la estudiante y ley endo la temperatura—. Cuando Steve Masterton<br />

llegó esta mañana a las siete, encontró un buen charco <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l motor, entre<br />

las ruedas <strong>de</strong>lanteras. Se rajó el radiador. Se la han llevado con la grúa.<br />

—Magnífico —dijo Louis, pero se sentía aliviado. Por lo menos, no había<br />

salido para una urgencia, como temió al principio—. ¿Cuándo nos la <strong>de</strong>volverán?<br />

Joan Charlton se echó a reír.

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