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Cementerio de animales - Stephen King

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sentir el miedo. Aunque ahora, embotado por el cansancio, y a no lo<br />

experimentaba con aquella intensidad como una sacudida can<strong>de</strong>nte sino<br />

amortiguado, como una pulsación profunda y angustiosa. Ya estaba hecho. Y<br />

aquel tintineo machacón que se oía en la oscuridad le hizo darse plena cuenta <strong>de</strong><br />

ello.<br />

Cruzó el <strong>Cementerio</strong> <strong>de</strong> Animales, por el lado <strong>de</strong> la tumba <strong>de</strong> MARTHA<br />

NUESTRA CONEJITA, muerta el 1 <strong>de</strong> MARZO <strong>de</strong> 1965 y <strong>de</strong>l GEN. PATTON;<br />

sorteó el <strong>de</strong>teriorado cartón que señalaba la última morada <strong>de</strong> POLYNESIA.<br />

Aquí sonaba con más fuerza el tintineo y Louis se <strong>de</strong>tuvo mirando al suelo. Sobre<br />

una tabla clavada en el suelo que se había torcido ligeramente, se veía un<br />

rectángulo <strong>de</strong> hojalata, en el que a la luz <strong>de</strong> las estrellas, Louis ley ó: RINCO<br />

NUESTRO HÁMSTER 1964-1965. Era aquel trozo <strong>de</strong> hojalata lo que golpeaba<br />

insistentemente la tabla situada cerca <strong>de</strong>l arco <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong> Pet Sematary.<br />

Louis se agachó para en<strong>de</strong>rezar la tabla…, y quedó paralizado, con un hormigueo<br />

en el cuero cabelludo.<br />

Por allí <strong>de</strong>trás se movía algo. Algo se movía al otro lado <strong>de</strong> los troncos.<br />

Era un ruido sigiloso: el crujido furtivo <strong>de</strong> las agujas <strong>de</strong> pino, el chasquido <strong>de</strong><br />

una rama, el susurro <strong>de</strong> los arbustos. Sonidos que casi quedaban ahogados por el<br />

rumor <strong>de</strong>l viento entre los pinos.<br />

—¿Gage? —gritó Louis con voz ronca.<br />

Al advertir lo que estaba haciendo —llamando a su hijo muerto, en plena<br />

noche— se le erizó el pelo. Empezó a tiritar inconteniblemente, como si<br />

pa<strong>de</strong>ciera unas fiebres mortíferas.<br />

—¿Gage?<br />

Los sonidos se habían apagado.<br />

« Todavía no; aún es pronto. No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. No<br />

pue<strong>de</strong> ser Gage. Es… otra cosa» .<br />

Entonces recordó lo que le dijo Ellie: « Él gritó: “Lázaro, sal fuera”. Porque,<br />

si no llega a llamarle por su nombre, se habrían levantado todos los que estaban<br />

en aquel cementerio» .<br />

Ahora volvían a oírse ruidos al otro lado <strong>de</strong> los troncos. Al otro lado <strong>de</strong> la<br />

barrera. Casi —no <strong>de</strong>l todo— sofocados por el viento. Como si algo ciego le<br />

persiguiera, movido por instintos primarios. Su cerebro, hipersensibilizado,<br />

imaginaba horribles criaturas: un topo gigante, un enorme murciélago aleteando<br />

a ras <strong>de</strong>l suelo.<br />

Louis salió <strong>de</strong> Pet Sematary andando hacia atrás, sin volver la espalda a los<br />

troncos —aquel pálido fulgor, lívido <strong>de</strong>sgarro <strong>de</strong> la oscuridad— hasta que estuvo<br />

un buen trecho <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l camino. Allí apretó el paso y unos cuatrocientos metros<br />

antes <strong>de</strong> salir a la explanada <strong>de</strong> su casa, aún tuvo fuerzas para echar a correr.

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