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Cementerio de animales - Stephen King

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empezar a golpear el asfalto con las zapatillas cuando, <strong>de</strong> pronto, en su cerebro se<br />

cruzaran las señales. Insolaciones, colapsos, embolias y, tal vez, en uno <strong>de</strong><br />

aquellos bochornosos atar<strong>de</strong>ceres <strong>de</strong> Orlando, incluso un rayo <strong>de</strong>l cielo. Y, si no,<br />

el mismo Oz, el Ggan<strong>de</strong> y Teggible, el que podía verse pasear por los alre<strong>de</strong>dores<br />

<strong>de</strong> la estación <strong>de</strong>l monorraíl <strong>de</strong>l Reino <strong>de</strong> la Magia o volar a lomos <strong>de</strong> « Dumbo» ,<br />

con su mirada estúpida y abúlica. Louis y Gage y a se habían acostumbrado a su<br />

presencia, era un personaje más <strong>de</strong>l parque <strong>de</strong> atracciones, como « Goofy» , o<br />

« Mickey » , o « Tigger» o el eminente señor « Donald» . Pero con él nadie<br />

quería retratarse, ni presentarle a los niños. Louis y Gage le conocían; le habían<br />

conocido en Nueva Inglaterra tiempo atrás. Estaba siempre alerta, esperando<br />

ahogarte con una canica, asfixiarte con una bolsa <strong>de</strong>l aspirador, electrocutarte<br />

con el primer enchufe. La muerte podía estar en una bolsa <strong>de</strong> cacahuetes, en un<br />

trozo <strong>de</strong> carne que se te atravesara, en el siguiente paquete <strong>de</strong> cigarrillos.<br />

Siempre te andaba rondando, <strong>de</strong> guardia en todas las estaciones <strong>de</strong> control entre<br />

lo mortal y lo eterno. Agujas infectadas, insectos venenosos, cables mal aislados,<br />

incendios forestales. Patines que lanzaban a intrépidos chiquillos a cruces muy<br />

transitados. Cada vez que te metes en la bañera para darte una ducha, Oz te<br />

acompaña: ducha para dos. Cada vez que subes a un avión, Oz lleva tu misma<br />

tarjeta <strong>de</strong> embarque. Está en el agua que bebes y en la comida que comes.<br />

« ¿Quién anda ahí?» , gritas en la oscuridad cuando estás solo y asustado, y es él<br />

quien te respon<strong>de</strong>: Tranquilo, soy yo. Eh, ¿cómo va eso? Tienes un cáncer en el<br />

vientre, qué lata, chico, sí que lo siento. ¡Cólera! ¡Septicemia! ¡Leucemia!<br />

¡Arteriosclerosis! ¡Trombosis coronaria! ¡Encefalitis! ¡Osteomielitis! ¡Ajajá,<br />

vamos allá! Un chorizo en un portal, con una navaja en la mano. Una llamada<br />

telefónica a medianoche. Sangre que hierve con ácido <strong>de</strong> la batería en una<br />

rampa <strong>de</strong> salida <strong>de</strong> una autopista <strong>de</strong> Carolina <strong>de</strong>l Norte. Puñados <strong>de</strong> píldoras:<br />

anda, traga. Ese tono azulado <strong>de</strong> las uñas que sigue a la muerte por asfixia; en su<br />

último esfuerzo por aferrarse a la vida, el cerebro absorbe todo el oxígeno que<br />

queda en el cuerpo, incluso el <strong>de</strong> las células vivas que están <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las uñas.<br />

Hola, chicos, me llamo Oz el Ggan<strong>de</strong> y Teggible, pero podéis llamarme Oz a<br />

secas. Al fin y al cabo, somos viejos amigos. Pasaba por aquí y he entrado un<br />

momento para traerte este pequeño infarto, este <strong>de</strong>rrame cerebral, etcétera; lo<br />

siento, no puedo quedarme, tengo un parto con hemorragia y, luego, inhalación<br />

<strong>de</strong> humo tóxico en Omaha.<br />

Y la vocecita sigue gritando: « ¡Te quiero, Tigger, te quiero! ¡Creo en ti,<br />

Tigger! ¡Siempre te querré y creeré en ti, y seguiré siendo niña, y el único Oz<br />

que habitará en mi corazón será ese simpático impostor <strong>de</strong> Nebraska! Te<br />

quiero…» .<br />

Vamos patrullando, mi hijo y yo…, porque lo que importa no es el sexo ni la<br />

guerra, sino la noble y terrible batalla sin esperanza contra Oz, el Ggan<strong>de</strong> y<br />

Teggible. Él y y o patrullamos en nuestra furgoneta blanca bajo el cielo radiante

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