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Cementerio de animales - Stephen King

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« Tal vez esto sea lo que hace la gente con lo inexplicable —pensó—. Tal vez<br />

esto haga la gente con lo irracional que no encaja con el principio <strong>de</strong> causas y<br />

efectos que rige el mundo occi<strong>de</strong>ntal» . Tal vez así afrontaba la mente el platillo<br />

volante que ves una mañana suspendido en el aire encima <strong>de</strong> tu jardín <strong>de</strong> atrás, la<br />

lluvia <strong>de</strong> ranas, la mano que sale <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama y te toca el pie a<br />

medianoche: una crisis <strong>de</strong> risa o una crisis <strong>de</strong> llanto… Y puesto que aquello era<br />

un ente inviolable que no podías <strong>de</strong>scomponer, tenías que expulsarlo intacto,<br />

como una piedra <strong>de</strong> riñón.<br />

Gage estaba sentado en su silla alta, tomando la papilla <strong>de</strong> cereales al cacao con<br />

la que embadurnaba la mesa, <strong>de</strong>coraba la alfombrilla <strong>de</strong> plástico colocada<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su silla y se friccionaba el pelo.<br />

Rachel salió <strong>de</strong> la cocina con el plato <strong>de</strong> huevos revueltos y una taza <strong>de</strong> café.<br />

—¿Qué chiste era ése? —preguntó Rachel—. Te reías como un loco. Hasta<br />

me asustaste.<br />

Louis abrió la boca sin saber lo que iba a <strong>de</strong>cir, y lo que salió fue un chiste<br />

que había oído la semana anterior en el supermercado <strong>de</strong> la carretera, sobre un<br />

sastre judío que se compró un loro que sólo sabía <strong>de</strong>cir: « Ariel Sharon se hace la<br />

paja» .<br />

Rachel se reía… y también Gage, por cierto.<br />

« Magnífico. Nuestro héroe se ha <strong>de</strong>shecho <strong>de</strong> las pruebas comprometedoras,<br />

léase las sábanas, y ha explicado satisfactoriamente el ataque <strong>de</strong> risa en el baño.<br />

Ahora nuestro héroe leerá el periódico matutino, o le echará un vistazo por lo<br />

menos, para dar a la mañana un aire <strong>de</strong> normalidad» .<br />

Con este pensamiento, Louis abrió el periódico.<br />

« Así se hace, muy bien —pensaba con un profundo alivio—. Tienes que<br />

expulsarlo como si fuera un cálculo y sanseacabó… Si acaso, pue<strong>de</strong>s hablar <strong>de</strong><br />

ello una noche con los amigos, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una hoguera <strong>de</strong> campamento,<br />

cuando sople el viento y salgan a relucir hechos inexplicables. Porque junto a un<br />

fuego <strong>de</strong> campamento, en las noches <strong>de</strong> viento, se habla mucho» .<br />

Louis comió los huevos y besó a Rachel y a Gage. Sólo al salir lanzó una<br />

mirada al armario <strong>de</strong> la ropa sucia. Todo estaba perfectamente. Otra mañana<br />

espléndida. Parecía que el verano no iba a acabar nunca. Todo, perfectamente.<br />

Lanzó una mirada al sen<strong>de</strong>ro mientras sacaba el coche <strong>de</strong>l garaje, pero también<br />

estaba a la perfección. Y uno, tan tranquilo. Lo expulsas como si fuera una<br />

piedra.<br />

Todo siguió bien hasta que hubo recorrido unos quince kilómetros. Entonces le<br />

entró un temblor tan fuerte que tuvo que salir <strong>de</strong> la carretera 2 y parar en el<br />

<strong>de</strong>sierto aparcamiento <strong>de</strong> Sing’s, el restaurante chino que estaba cerca <strong>de</strong>l Centro<br />

Médico <strong>de</strong> Maine Oriental… adon<strong>de</strong> habrían llevado el cuerpo <strong>de</strong> Pascow. Al

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