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Cementerio de animales - Stephen King

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una fosforescencia rosada en la penumbra <strong>de</strong>l garaje. Y le faltaba la cabeza.<br />

Louis se apeó rápidamente y tropezó adre<strong>de</strong> con los neumáticos. Los dos <strong>de</strong><br />

encima cay eron tapando el ratón.<br />

—¡Pumba! —exclamó.<br />

—Eres un pato, papi —dijo Ellie cariñosamente.<br />

—Tienes razón —dijo Louis con forzada jovialidad. Tenía ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />

« corre, corre» y echar todo lo que tenía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l cuerpo—. Papi es un pato. —<br />

Que él recordara, antes <strong>de</strong> su extraña resurrección, Church sólo había matado un<br />

ratón. Generalmente, los acorralaba y jugaba con ellos a la macabra manera <strong>de</strong><br />

los gatos que solía terminar en tragedia; pero casi siempre él, Rachel o la propia<br />

Ellie intervenían antes <strong>de</strong>l final. Y Louis sabía que, una vez capado, un gato se<br />

limitaba a mirar a los ratones con cierto interés. Eso, si estaba bien alimentado.<br />

—¿Piensas quedarte ahí, soñando <strong>de</strong>spierto, o vas a venir a ay udarme con<br />

este niño? —preguntó Rachel—. Regrese y a <strong>de</strong>l planeta Mongo, doctor Creed.<br />

Los terrícolas le necesitan. —Parecía cansada e irritable.<br />

—Perdona, nena —dijo Louis. Tomó en brazos a Gage que estaba ardiendo.<br />

Por lo tanto, sólo tres personas <strong>de</strong>gustaron aquella noche los famosos chiles a<br />

la sureña <strong>de</strong> Louis. Gage, febril y apático, estaba recostado en el sofá <strong>de</strong> la sala,<br />

mirando un programa <strong>de</strong> dibujos animados <strong>de</strong> la tele y tomando un biberón tibio<br />

<strong>de</strong> caldo <strong>de</strong> pollo.<br />

Después <strong>de</strong> la cena, Ellie se acercó a la puerta <strong>de</strong>l garaje y llamó a Church.<br />

Louis, que estaba fregando los cacharros mientras Rachel <strong>de</strong>shacía las maletas<br />

en el piso <strong>de</strong> arriba, pensó que ojalá el gato no acudiera; pero acudió. Entró con<br />

su nuevo y <strong>de</strong>sgarbado contoneo casi enseguida, como si…, como si hubiera<br />

estado acechando. Acechando. La palabra brotó espontáneamente.<br />

—¡Church! —exclamó Ellie—. ¡Hola, Church! —Levantó al gato y lo abrazó.<br />

Louis la observaba por el rabillo <strong>de</strong>l ojo. Sus manos, que buscaban los cubiertos<br />

que pudieran quedar en el fondo <strong>de</strong>l frega<strong>de</strong>ro, se habían quedado inmóviles. Vio<br />

cómo la expresión <strong>de</strong> dicha <strong>de</strong> Ellie se mudaba lentamente en perplejidad. El<br />

gato estaba quieto, con las orejas gachas, mirándola a los ojos.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un largo momento —a Louis le pareció larguísimo—. Ellie <strong>de</strong>jó al<br />

gato en el suelo. El animal se fue al comedor sin mirar atrás. « Verdugo <strong>de</strong><br />

ratones —pensó Louis distraídamente—. Oh, Dios, ¿qué es lo que hicimos aquella<br />

noche?» .<br />

Con la mejor voluntad, trataba <strong>de</strong> recordarlo, pero todo aquello se le antojaba<br />

y a tan lejano y borroso como la turbulenta escena <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Víctor<br />

Pascow en la sala <strong>de</strong> espera <strong>de</strong> la enfermería. Recordaba ráfagas <strong>de</strong> viento<br />

cruzando el cielo nocturno y el resplandor <strong>de</strong> la nieve en la explanada <strong>de</strong> atrás.<br />

Nada más.<br />

—¿Papi? —dijo Ellie con voz apagada.<br />

—¿Sí, Ellie?

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