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Cementerio de animales - Stephen King

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Gage fue enterrado a las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Ya había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> llover. Unas<br />

nubes <strong>de</strong>sgarradas pasaban sobre el cementerio y la may oría <strong>de</strong> los asistentes<br />

llegaron con paraguas al brazo, proporcionados por la funeraria.<br />

A petición <strong>de</strong> Rachel, el director <strong>de</strong> la funeraria, que celebró la breve<br />

ceremonia <strong>de</strong>l entierro, exenta <strong>de</strong> sectarismo, ley ó el pasaje <strong>de</strong> san Mateo que<br />

empieza: « Dejad que los niños se acerquen a mí» . Louis, que estaba a un lado<br />

<strong>de</strong> la tumba, contemplaba a su suegro, situado frente a él. Goldman sostuvo su<br />

mirada un momento y bajó los ojos. Hoy no le quedaban ganas <strong>de</strong> pelea. Las<br />

bolsas que tenía <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los ojos parecían sacas <strong>de</strong> correo y en torno a su<br />

bonete <strong>de</strong> seda negra el viento alborotaba unos pelillos blancos y finos como hilos<br />

<strong>de</strong> telaraña. Con su barba entrecana sombreándole las mejillas estaba más judío<br />

que nunca. A Louis le daba la impresión <strong>de</strong>l hombre que no sabe exactamente<br />

dón<strong>de</strong> está. Por más que se esforzaba, Louis no podía sentir piedad.<br />

El pequeño ataúd blanco <strong>de</strong> Gage —era <strong>de</strong> suponer que con el cerrojo<br />

reparado— <strong>de</strong>scansaba sobre unas guías cromadas colocadas encima <strong>de</strong> las<br />

placas <strong>de</strong> recubrimiento. Los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la fosa estaban alfombrados <strong>de</strong> césped<br />

sintético <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> tan chillón que dañaba la vista. Sobre esta superficie<br />

artificial e incongruentemente alegre, se habían colocado varias canastillas <strong>de</strong><br />

flores. Louis miraba por encima <strong>de</strong>l hombro <strong>de</strong>l director <strong>de</strong> la funeraria. Había<br />

allí una pequeña elevación cubierta <strong>de</strong> tumbas, parcelas familiares y un<br />

monumento románico con el nombre <strong>de</strong> PHIPPS grabado en él. Justo por<br />

encima <strong>de</strong>l tejado inclinado <strong>de</strong> PHIPPS se veía una franja amarilla. Louis se<br />

preguntó qué sería. Siguió mirándola <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el director dijera:<br />

« Inclinemos la cabeza para orar un momento» . Louis tardó varios minutos, pero<br />

lo consiguió. Era una pala mecánica. Estaba aparcada al otro lado <strong>de</strong> la<br />

elevación, para que los asistentes al entierro no la vieran. Y, una vez terminada la<br />

ceremonia, Oz aplastaría el cigarrillo con el tacón <strong>de</strong> su teggible bota, echaría la<br />

colilla en el recipiente que llevara encima (los sepultureros que eran sorprendidos<br />

arrojando colillas al suelo solían ser <strong>de</strong>spedidos sumariamente: causaba mala<br />

impresión; muchos <strong>de</strong> los clientes habían muerto <strong>de</strong> cáncer <strong>de</strong> pulmón), subiría a<br />

su máquina, la pondría en marcha, y privaría a su hijo <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong>l sol para<br />

siempre… o por lo menos hasta el día <strong>de</strong> la resurrección.<br />

« Resurrección…, ah, toda una palabra» .<br />

(« que tú <strong>de</strong>berías olvidar cuanto antes, y bien lo sabes» )<br />

Cuando el director <strong>de</strong> la funeraria dijo « Amén» , Louis tomó <strong>de</strong>l brazo a<br />

Rachel y se la llevó <strong>de</strong> allí. Ella murmuró una protesta —quería quedarse un<br />

poco más, Louis, por favor—, pero Louis se mantuvo firme. Fueron hacia los

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