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Cementerio de animales - Stephen King

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El olor le hizo retroce<strong>de</strong>r con una violenta náusea. Se asió al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

tumba, respirando profundamente, y cuando ya creía tener controlado el<br />

estómago, toda la insípida y copiosa cena le subió a la garganta en un borbollón<br />

caliente. Vomitó al otro lado <strong>de</strong>l hoyo y luego apoyó la cabeza en el suelo,<br />

ja<strong>de</strong>ando. Por fin se le paró el mareo. Apretando los dientes, enfocó con la<br />

linterna el ataúd abierto.<br />

Se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> él un horror <strong>de</strong>mencial: ese sentimiento que se reserva para las<br />

peores pesadillas, esas que apenas recuerdas al <strong>de</strong>spertar.<br />

La cabeza <strong>de</strong> Gage no estaba.<br />

Louis temblaba <strong>de</strong> tal modo que tenía que sostener la linterna con las dos<br />

manos, <strong>de</strong>l mismo modo que los aspirantes a policía sostienen el arma durante las<br />

prácticas <strong>de</strong> tiro. Aun así, la luz bailaba violentamente y Louis tardó varios<br />

segundos en dirigir hacia el fondo <strong>de</strong> la tumba el haz luminoso, fino como un<br />

lápiz.<br />

« Es imposible —se <strong>de</strong>cía—. Eso que crees haber visto es imposible» .<br />

Louis paseó lentamente la luz por los setenta centímetros escasos <strong>de</strong>l cuerpo<br />

<strong>de</strong> Gage, empezando por los zapatos nuevos, el pantalón largo, la americana (ay,<br />

Dios, las americanas no son para los niños <strong>de</strong> dos años), el cuello <strong>de</strong>sabrochado<br />

y …<br />

Louis ahogó una exclamación y al momento volvió a él toda la rabia y la<br />

<strong>de</strong>sesperación provocadas por la muerte <strong>de</strong> Gage, sofocando todos sus temores<br />

<strong>de</strong> lo sobrenatural y lo paranormal y la certeza <strong>de</strong> que había penetrado en el<br />

mundo <strong>de</strong> los locos.<br />

Se llevó la mano al bolsillo <strong>de</strong> atrás <strong>de</strong>l pantalón y sacó el pañuelo.<br />

Sosteniendo la linterna con una mano volvió a inclinarse hacia el interior <strong>de</strong> la<br />

tumba casi hasta per<strong>de</strong>r el equilibrio. Si una <strong>de</strong> las placas llega a caerse en aquel<br />

momento, seguramente le hubiera <strong>de</strong>snucado. Con el pañuelo, limpió<br />

cuidadosamente el moho que cubría la cara <strong>de</strong> Gage, un moho tan oscuro que le<br />

hizo pensar durante un momento que Gage se había quedado sin cabeza.<br />

Era un moho húmedo, una especie <strong>de</strong> espuma. Debió figurárselo; había<br />

llovido y las placas que recubrían la tumba no eran herméticas. Louis miró a uno<br />

y otro lado <strong>de</strong>l ataúd y vio que <strong>de</strong>bajo había un charco <strong>de</strong> agua. Una vez retirado<br />

el moho, Louis pudo ver a su hijo. El amortajador, aun a sabiendas <strong>de</strong> que tras un<br />

acci<strong>de</strong>nte tan espantoso, el ataúd tendría que estar cerrado durante el velatorio,<br />

hizo todo lo que pudo. Siempre lo hacen. Gage parecía un muñeco mal hecho,<br />

con la cabeza <strong>de</strong>forme y los ojos hundidos. Una cosa blanca le asomaba por la<br />

boca y, en un principio, Louis pensó que podría tratarse <strong>de</strong> pasta. Quizá habían

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