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Cementerio de animales - Stephen King

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volveré mañana, al anochecer. Entraré por la puerta antes <strong>de</strong> que cierren y me<br />

quedaré escondido hasta la medianoche o más tar<strong>de</strong>. En otras palabras, mañana<br />

haré lo que hubiera podido hacer hoy, <strong>de</strong> haber sido más listo» .<br />

« Buena i<strong>de</strong>a, oh gran maestro Louis… y mientras, ¿qué pasa con el fardo <strong>de</strong><br />

herramientas que eché por encima <strong>de</strong> la cerca? Pico, pala, linterna… no falta<br />

más que un letrero que diga: EQUIPO PARA ROBAR TUMBAS.<br />

« Cay ó entre los arbustos, ¿quién quieres que lo encuentre, por el amor <strong>de</strong><br />

Dios?» .<br />

Eso sería lo más sensato. Pero ¿era sensata aquella empresa en la que se<br />

había embarcado? A<strong>de</strong>más, su corazón le <strong>de</strong>cía categóricamente que al día<br />

siguiente no volvería. Si no lo hacía esta noche no lo haría nunca. Ya nunca podría<br />

volver a mentalizarse con este frenesí <strong>de</strong> locura. Éste era el momento, el único<br />

momento que tenía.<br />

Por este lado había menos casas —al otro lado <strong>de</strong> la calle, se divisaba algún<br />

que otro cuadrado <strong>de</strong> luz amarillenta y en uno <strong>de</strong> ellos, el parpa<strong>de</strong>o grisáceo <strong>de</strong><br />

un televisor en blanco y negro—, y, al mirar entre los barrotes, observó que aquí<br />

las tumbas eran más viejas, las lápidas estaban erosionadas y, algunas, inclinadas<br />

hacia a<strong>de</strong>lante o hacia atrás, por efecto <strong>de</strong> muchas heladas y <strong>de</strong>shielos. Había<br />

otra señal <strong>de</strong> stop <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él y al torcer otra vez hacia la <strong>de</strong>recha estaría en<br />

una calle que discurría en dirección más o menos paralela a Mason Street, su<br />

punto <strong>de</strong> partida. Y, cuando hubiera dado la vuelta completa, ¿qué haría? ¿Cobrar<br />

doscientos dólares y empezar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la primera casilla? ¿Darse por vencido?<br />

Unos faros doblaron la esquina y Louis se paró <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otro árbol, a esperar<br />

que pasara el coche. Éste avanzaba muy <strong>de</strong>spacio y, a los pocos segundos, el haz<br />

blanco <strong>de</strong> un faro surgió <strong>de</strong> la ventanilla lateral y recorrió la reja. Louis sintió una<br />

dolorosa opresión en el pecho. Era un coche <strong>de</strong> la policía que patrullaba<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cementerio.<br />

Louis se apretó contra el tronco. Sintió en la mejilla la áspera corteza.<br />

Confiaba que el tronco fuera lo bastante grueso como para ocultarle. El haz<br />

luminoso se acercaba. Louis bajó la cabeza, hurtando la cara a la luz, que, al<br />

llegar al árbol <strong>de</strong>sapareció un momento para surgir <strong>de</strong> nuevo a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong><br />

Louis. Él se <strong>de</strong>splazó ligeramente, para mantenerse fuera <strong>de</strong>l campo visual <strong>de</strong>l<br />

coche. Por un momento, distinguió las luces azules <strong>de</strong>l techo <strong>de</strong>l vehículo. Ahora<br />

se encen<strong>de</strong>rían las bombillas rojas <strong>de</strong>l freno, se abrirían las puertas y el foco<br />

retroce<strong>de</strong>ría para señalarle como un gran <strong>de</strong>do blanco. « ¡Eh, usted! ¡El <strong>de</strong>l<br />

árbol! Salga don<strong>de</strong> podamos verle, y con las manos vacías. ¡Fuera, YA!» .<br />

El coche-patrulla siguió su marcha. Al llegar a la esquina, hizo pausadamente<br />

la señal con el intermitente y torció hacia la izquierda. Louis se apoyó en el árbol,<br />

con la boca seca y agria. Seguramente, pasarían junto al Honda, pero no<br />

importaba. En Mason Street se podía aparcar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> hasta las<br />

siete <strong>de</strong> la mañana. Había otros muchos coches. Sus dueños <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> habitar los

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