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Cementerio de animales - Stephen King

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camión <strong>de</strong> la Orinco por la vida <strong>de</strong> su hijo, él y Rachel —que tenía todo el pelo<br />

gris, aunque se tapaba las canas con champú colorante— vieron con orgullo<br />

cómo su hijo conquistaba una medalla <strong>de</strong> oro para Estados Unidos. Cuando las<br />

cámaras <strong>de</strong> la NBC se acercaron para captar un primer plano <strong>de</strong> Gage, con la<br />

cabeza erguida, reluciente y chorreando y los ojos serenos puestos en la ban<strong>de</strong>ra<br />

mientras sonaba el himno nacional, con la cinta al cuello y el oro sobre la suave<br />

piel <strong>de</strong> su pecho, Louis lloró. Lloraron los dos, él y Rachel.<br />

—Esto es soberbio —dijo él, volviéndose hacia su esposa para abrazarla,<br />

emocionado. Pero ella le miraba con horror, y su rostro envejecía a ojos vistas,<br />

como macerado por días, meses y años <strong>de</strong> dolor. Los sones <strong>de</strong>l himno se<br />

apagaron y cuando Louis volvió a mirar al televisor vio a otro muchacho, un<br />

muchacho negro, con la cabeza llena <strong>de</strong> apretados rizos en los que aún brillaban<br />

las gotas <strong>de</strong> agua.<br />

« Esto es soberbio» .<br />

« Pero ¿y mi hijo?» .<br />

« ¡Ay, Dios mío, su gorra está llena <strong>de</strong> sangre!» .<br />

Louis <strong>de</strong>spertó abrazado a la almohada. Eran las siete <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong> un día<br />

lluvioso y fresco. Los latidos <strong>de</strong>l corazón le retumbaban en la cabeza<br />

monstruosamente. El dolor apretaba y cedía, apretaba y cedía. Eructó un ácido<br />

con sabor a cerveza pasada y se le revolvió el estómago. Había llorado en<br />

sueños, la almohada estaba húmeda. Porque, mientras soñaba, una parte <strong>de</strong> él<br />

sabía la verdad y lloraba.<br />

Se levantó y fue al baño dando traspiés. El corazón le galopaba. La fuerte<br />

resaca le impedía pensar con claridad. Llegó al retrete justo a tiempo y vomitó<br />

un torrente <strong>de</strong> cerveza <strong>de</strong> la víspera.<br />

Se quedó arrodillado, con los ojos cerrados, hasta que se sintió con fuerzas<br />

para ponerse en pie. Buscó a tientas el tirador y <strong>de</strong>scargó el <strong>de</strong>pósito. Luego, se<br />

acercó al espejo, para ver si tenía los ojos muy irritados; pero el espejo estaba<br />

cubierto por un paño. Entonces se acordó. Rachel, <strong>de</strong>jándose llevar por<br />

costumbres <strong>de</strong> un pasado que <strong>de</strong>cía no recordar, había tapado todos los espejos<br />

<strong>de</strong> la casa, y se <strong>de</strong>scalzaba antes <strong>de</strong> entrar.<br />

Nada <strong>de</strong> equipo olímpico <strong>de</strong> natación, pensó Louis, volviendo a la cama y<br />

sentándose en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l colchón. El sabor agrio <strong>de</strong> la cerveza le recubría toda<br />

la boca y la garganta, y se juró a sí mismo (no era la primera vez, ni sería la<br />

última) que nunca más probaría aquel veneno. Ni equipo olímpico <strong>de</strong> natación, ni<br />

matrícula en los exámenes, ni novia católica, ni conversión, ni campamento <strong>de</strong><br />

verano, ni nada. Las zapatillas, arrancadas <strong>de</strong> los pies; la chaqueta, vuelta <strong>de</strong>l<br />

revés; su cuerpo, robusto y sano, <strong>de</strong>strozado. La gorra estaba llena <strong>de</strong> sangre.<br />

Ahora, sentado en la cama, atontado por la resaca, mientras la lluvia resbalaba

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