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Cementerio de animales - Stephen King

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si aparecía el hombre; pero, evi<strong>de</strong>ntemente, Goldman había <strong>de</strong>cidido esperar. A<br />

mediodía, Rachel parecía haber mejorado un poco. Por lo menos, ahora tenía<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la hora que era y hasta fue a la cocina, para ver si había fiambres para<br />

preparar bocadillos o alguna cosa para <strong>de</strong>spués. Porque más tar<strong>de</strong> la gente<br />

querría ir a la casa, ¿verdad?, preguntó a Steve.<br />

Steve asintió.<br />

No había embutido ni rosbif; pero tenía un pavo relleno en el refrigerador, y<br />

lo puso en la rejilla a <strong>de</strong>scongelar. Steve se asomó a la cocina minutos <strong>de</strong>spués y<br />

la encontró llorando <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l frega<strong>de</strong>ro y mirando el pavo.<br />

—Rachel…<br />

Ella se volvió.<br />

—A Gage le gustaba el pavo relleno. Sobre todo, la pechuga. —Esbozó una<br />

sonrisa atroz—. Se me ha ocurrido que y a nunca más lo comerá.<br />

Steve la mandó arriba a vestirse —en realidad, ésta era la prueba final <strong>de</strong> su<br />

serenidad— y cuando la vio bajar con un sencillo vestido negro con cinturón y<br />

una pequeña cartera (en realidad, un bolso <strong>de</strong> noche), estimó que podía <strong>de</strong>jarla<br />

ir, y Jud se mostró <strong>de</strong> acuerdo.<br />

Steve la llevó a la ciudad y se quedó en el vestíbulo <strong>de</strong> la capilla con<br />

Surrendra Hardy, mirando a Rachel avanzar por el pasillo hacia el féretro<br />

cubierto <strong>de</strong> flores.<br />

—¿Cómo están las cosas, Steve? —preguntó Surrendra en voz baja.<br />

—No pue<strong>de</strong>n estar más jodidas —dijo Steve ásperamente—. ¿Cómo crees tú?<br />

—Pues eso, jodidas —suspiró Surrendra.<br />

En realidad, la cosa empezó por la mañana, cuando Irwin Goldman no quiso dar<br />

la mano a su y erno.<br />

Al ver reunidos a tantos amigos y parientes, Louis salió un poco <strong>de</strong> su<br />

aturdimiento y empezó a percibir más claramente lo que ocurría a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

Había entrado en aquel estado <strong>de</strong> aflicción dócil que los directores <strong>de</strong> las<br />

funerarias saben aprovechar. Louis era paseado por la capilla como si fuera una<br />

ficha <strong>de</strong> parchís.<br />

Contigua a la capilla, había una salita don<strong>de</strong> se podía fumar y <strong>de</strong>scansar en<br />

mullidas butacas que parecían sacadas <strong>de</strong> un lúgubre club inglés que hubiera ido<br />

a la quiebra. En un atril <strong>de</strong> metal negro y dorado, colocado a la puerta <strong>de</strong> la<br />

capilla había un pequeño rótulo en el que se leía, simplemente: GAGE<br />

WILLIAM CREED. Si uno recorría aquel espacioso edificio blanco con engañoso<br />

aspecto <strong>de</strong> vieja mansión familiar, encontraba otra salita idéntica, junto a otra<br />

capilla, con un rótulo que <strong>de</strong>cía: ALBERTA BURNHA NEDEAU. En la capilla <strong>de</strong><br />

la parte posterior <strong>de</strong>l edificio el atril estaba vacío. Aquel martes por la mañana,<br />

esta capilla se encontraba vacante. En el sótano estaba la sala <strong>de</strong> exposición <strong>de</strong>

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