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Cementerio de animales - Stephen King

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Los árboles no eran más que sombras que <strong>de</strong>sfilaban sobre el fondo <strong>de</strong> las<br />

nubes iluminadas por las luces <strong>de</strong>l cercano aeropuerto. Louis aparcó el Honda en<br />

Mason Street, que discurría a lo largo <strong>de</strong>l lado sur <strong>de</strong>l cementerio. El viento era<br />

tan fuerte que casi le arrancó la puerta <strong>de</strong> la mano y Louis tuvo que empujar con<br />

fuerza para cerrarla. El viento le azotó el faldón <strong>de</strong> la chaqueta cuando él se<br />

inclinó para abrir el maletero <strong>de</strong>l Honda y sacar las herramientas que había<br />

envuelto en un trozo <strong>de</strong> lona.<br />

Antes <strong>de</strong> cruzar hacia la reja <strong>de</strong> hierro forjado que circundaba el cementerio,<br />

Louis se paró en el bordillo, en una zona <strong>de</strong> sombra entre dos farolas, mirando a<br />

<strong>de</strong>recha e izquierda, por si se acercaba algún coche. Si podía evitarlo, no quería<br />

ser visto, aunque el otro no se fijase en él. A su lado, gemían las ramas <strong>de</strong> un<br />

viejo olmo, sacudidas por el viento.<br />

Dios, y qué asustado estaba. Aquello no era un trabajo ímprobo. Era un<br />

trabajo <strong>de</strong>mencial.<br />

No había tráfico. En Mason Street las farolas estaban alineadas en perfecta<br />

formación proy ectando círculos <strong>de</strong> luz sobre la acera en la que, durante el día, a<br />

las horas <strong>de</strong> salida <strong>de</strong> la escuela primaria Fairmount, los chicos iban en bicicleta<br />

y las niñas saltaban a la comba o jugaban a la rayuela, sin reparar en el<br />

cementerio, salvo quizá en vísperas <strong>de</strong> Todos los Santos, en que el recinto adquiría<br />

un tétrico encanto. Algunos se acercaban a colgar un esqueleto <strong>de</strong> papel en la alta<br />

reja <strong>de</strong> hierro, mientras repetían entre risas ahogadas los viejos chistes <strong>de</strong><br />

siempre: « Es el sitio más popular <strong>de</strong> la ciudad; la gente se muere por entrar. ¿Por<br />

qué está feo reír en el cementerio? Porque hay un silencio sepulcral» .<br />

—Gage —murmuró Louis. Gage estaba allí <strong>de</strong>ntro, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la reja <strong>de</strong><br />

hierro, injustamente prisionero, bajo una capa <strong>de</strong> tierra oscura, y eso no era un<br />

chiste.<br />

« Te sacaré <strong>de</strong> ahí, Gage —pensó—. Te sacaré, muchacho, o moriré en el<br />

intento» .<br />

Louis cruzó la calle con el pesado fardo en los brazos, subió a la otra acera,<br />

volvió a mirar a uno y otro lado y arrojó el fardo por encima <strong>de</strong> la reja. Se oy ó<br />

un leve tintineo cuando el paquete cayó al otro lado. Louis se frotó las manos<br />

para sacudir el polvo y echó a andar, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar un punto <strong>de</strong> referencia.<br />

De todos modos, aunque se <strong>de</strong>sorientara, no tenía más que seguir la cerca por la<br />

parte <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro hasta situarse frente al Civic y daría con el sitio.<br />

Pero ¿estaría abierta la verja a aquella hora?<br />

Siguió por Mason Street hasta la señal <strong>de</strong> stop. El viento le empujaba<br />

haciéndole apretar el paso. Sombras bailaban y se entrelazaban en la calzada.

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