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Cementerio de animales - Stephen King

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el terreno volvía a elevarse hacia unos árboles. Pero era tan extraña la<br />

configuración <strong>de</strong> aquella plataforma entre las suaves ondulaciones <strong>de</strong> las viejas<br />

colinas <strong>de</strong> Nueva Inglaterra…<br />

« Indios que manejaban herramientas» , pensó <strong>de</strong> pronto.<br />

—Sígueme —dijo Jud, y recorrió unos veinte metros hacia los árboles. El<br />

viento soplaba con fuerza, pero parecía más puro. Louis distinguió unas formas<br />

oscuras al pie <strong>de</strong> los abetos más altos que viera en su vida. La impresión que<br />

producía aquel lugar elevado y solitario era <strong>de</strong> vacío…, pero un vacío que<br />

vibraba.<br />

Las formas oscuras eran « cairns» , montones <strong>de</strong> piedras que marcaban<br />

tumbas.<br />

—Los micmacs cubrieron <strong>de</strong> arena la cima <strong>de</strong> esta colina —dijo Jud—. No<br />

se sabe cómo lo hicieron, pero tampoco se sabe cómo construían los may as sus<br />

pirámi<strong>de</strong>s. Los mismos micmacs lo han olvidado, al igual que los mayas.<br />

—¿Por qué?<br />

—Éste era su cementerio —dijo Jud—. Te he traído para que entierres aquí al<br />

gato <strong>de</strong> Ellie. Los micmacs no hacían distinciones; enterraban a los <strong>animales</strong> al<br />

lado <strong>de</strong> sus amos.<br />

Esto hizo a Louis pensar en los egipcios; pero éstos aún iban más lejos: los<br />

egipcios mataban a los <strong>animales</strong> favoritos <strong>de</strong> la realeza, para que las almas <strong>de</strong> las<br />

mascotas pudieran acompañar a las <strong>de</strong> sus amos al Más Allá. Recordaba haber<br />

leído que en una ocasión, con motivo <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> una hija <strong>de</strong>l faraón, fueron<br />

sacrificados más <strong>de</strong> diez mil <strong>animales</strong> domésticos: entre otros, seiscientos cerdos<br />

y dos mil pavos reales. Antes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>güello, se perfumó a los cerdos con esencia<br />

<strong>de</strong> rosas, la favorita <strong>de</strong> la princesa.<br />

« Y también construían pirámi<strong>de</strong>s. Nadie sabe a ciencia cierta para qué<br />

servían las pirámi<strong>de</strong>s may as —dicen algunos que para la navegación y la<br />

medición <strong>de</strong>l tiempo, como Stonehenge—, pero todo el mundo sabe lo que eran y<br />

son las pirámi<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Egipto: monumentos funerarios, las may ores tumbas <strong>de</strong>l<br />

mundo. Aquí reposa Ramsés II, era muy “ovediente”» , pensó Louis sin po<strong>de</strong>r<br />

contener la risa.<br />

Jud le miró sin la menor sorpresa.<br />

—Anda, entierra a tu animal —dijo—. Yo voy a fumar un pitillo. Te<br />

ay udaría, pero tienes que hacerlo tú solo. Cada cual entierra a los suy os. Así se<br />

hacía entonces.<br />

—Jud, ¿qué pasa? ¿Por qué me has traído aquí?<br />

—Porque tú salvaste la vida a Norma —dijo Jud, y aunque parecía sincero, y<br />

Louis estaba convencido <strong>de</strong> que creía ser sincero, él no pudo menos que pensar<br />

que el viejo mentía…, o que él mismo era objeto <strong>de</strong> un engaño y que transmitía<br />

el engaño a Louis. Recordó la mirada que vio, o crey ó ver, en los ojos <strong>de</strong> Jud.<br />

Pero allí arriba aquello parecía carecer <strong>de</strong> importancia. Allí lo más

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