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Cementerio de animales - Stephen King

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un cambio profundo). La conclusión que sacó fue que Jud estaba muy afligido,<br />

pero por lo menos, por el momento, su mente regía perfectamente. No <strong>de</strong>tectó<br />

en Jud aquella fragilidad que mostrara Norma la víspera <strong>de</strong> Año Nuevo, cuando<br />

los dos matrimonios estuvieron bebiendo ponche <strong>de</strong> huevo en casa <strong>de</strong> los Creed.<br />

Jud, aún con la cara congestionada, le sacó una cerveza <strong>de</strong>l frigorífico.<br />

—Aún es temprano; pero en algún sitio y a se habrá puesto el sol y, dadas las<br />

circunstancias…<br />

—No digas más —le atajó Louis <strong>de</strong>stapando la cerveza. Miró a Jud—.<br />

¿Brindamos por ella?<br />

—Pues claro —dijo Jud—. Si la hubieras visto a los dieciséis años, Louis,<br />

cuando volvía <strong>de</strong> la iglesia con la chaqueta <strong>de</strong>sabrochada y aquella blusa<br />

blanca…, se te hubieran ido los ojos tras ella. Hasta el mismo diablo hubiera<br />

<strong>de</strong>jado la bebida por ella. Gracias a Dios, a mí nunca me lo pidió.<br />

Louis movió la cabeza y levantó la botella.<br />

—Por Norma —dijo.<br />

Jud hizo chocar su cerveza con la <strong>de</strong> Louis. Estaba llorando otra vez, pero<br />

también sonreía y asentía.<br />

—Que goce <strong>de</strong> la paz don<strong>de</strong>quiera que esté, y que no tenga artritis.<br />

—Amén —dijo Louis. Y bebieron.<br />

Fue la única vez que Louis vio a Jud más que medianamente achispado; pero<br />

ni aun así disparataba. De sus labios brotaba un torrente <strong>de</strong> anécdotas y<br />

recuerdos, cariñosos, vividos y, en ocasiones, conmovedores. Pero no por hablar<br />

<strong>de</strong>l pasado <strong>de</strong>scuidaba el presente, y Louis no podía sino admirar su entereza.<br />

Dudaba mucho que él hubiera reaccionado con tanta serenidad si Rachel hubiera<br />

caído fulminada aquella mañana, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l pomelo y el cereal.<br />

Jud llamó a la funeraria Brookings-Smith <strong>de</strong> Bangor, avanzó por teléfono<br />

todos los datos y quedó en ir al día siguiente para ultimar <strong>de</strong>talles. Sí; quería que<br />

la embalsamaran. El vestido se lo daría él. Ropa interior, también. No, no quería<br />

que la funeraria le pusiera <strong>de</strong> esos zapatos que se abrochan <strong>de</strong>trás. ¿Podrían<br />

encargarse <strong>de</strong> que le lavaran el cabello? Ella se lo había lavado el lunes por la<br />

noche, <strong>de</strong> manera que y a lo tendría sucio. Se quedó escuchando y Louis, que<br />

conocía el ramo, supuso que el empleado <strong>de</strong> la funeraria estaba diciendo a Jud<br />

que el último lavado y marcado estaba incluido en el servicio. Jud asintió y dijo<br />

que muchas gracias. Sí, que la maquillaran; pero con discreción « Está muerta y<br />

todo el mundo lo sabe —dijo encendiendo otro Chesterfield—. No hace falta que<br />

le pongan muchos potingues» . El féretro estaría cerrado durante el funeral,<br />

dispuso en tono tranquilo y tajante, y abierto la víspera, durante el velatorio. Sería<br />

enterrada en el cementerio <strong>de</strong> Mount Hope, don<strong>de</strong> habían comprado tumbas en<br />

1951. Tenía los papeles a mano y dio al empleado el número <strong>de</strong> la tumba, para<br />

que pudieran empezar los preparativos: H-101. Él, según dijo <strong>de</strong>spués a Louis,<br />

tenía el H-102.

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