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Cementerio de animales - Stephen King

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—Dímelo.<br />

—No, señora. Por teléfono, no. No quiero, Rachel. No puedo. Ahora haz lo<br />

que te he dicho. Vete a Portland y <strong>de</strong>scansa.<br />

Se hizo una pausa, mientras ella reflexionaba.<br />

—Está bien —dijo al fin—. Reconozco que me costaba un poco mantener los<br />

ojos abiertos. Pue<strong>de</strong> que tengas razón. Dime sólo una cosa, Jud. Dime si es muy<br />

grave.<br />

—Puedo solventarlo —dijo Jud con calma—. Las cosas no se pondrán peor<br />

<strong>de</strong> lo que están.<br />

En la carretera aparecieron los faros <strong>de</strong> un coche que se acercaba<br />

lentamente. Jud se levantó a medias, para mirar y volvió a sentarse cuando el<br />

coche aceleró y se perdió <strong>de</strong> vista.<br />

—Bien —dijo ella—. Supongo. El resto <strong>de</strong>l viaje se me antojaba una<br />

pesadilla.<br />

—Olvídate <strong>de</strong> la pesadilla y <strong>de</strong>scansa. Aquí no ocurrirá nada.<br />

—¿Prometes que me lo contarás?<br />

—Sí. Mañana, mientras nos tomamos una cerveza.<br />

—Adiós —dijo Rachel—. Hasta mañana.<br />

—Hasta mañana, Rachel.<br />

Antes <strong>de</strong> que ella pudiera <strong>de</strong>cir más, Jud colgó el auricular.<br />

Jud creía tener píldoras <strong>de</strong> cafeína en el botiquín, pero no las encontró. Volvió a<br />

llevar el resto <strong>de</strong> la cerveza al frigorífico —no sin cierto pesar— y se preparó un<br />

café. Llevó el café a la sala y volvió a sentarse en el mirador, a vigilar entre<br />

sorbo y sorbo.<br />

El café —y la conversación con Rachel— le mantuvo <strong>de</strong>spierto y alerta<br />

durante tres cuartos <strong>de</strong> hora. Pero <strong>de</strong>spués volvía a dar cabezadas.<br />

« No te duermas durante la guardia, viejo. Tú <strong>de</strong>jaste que esa cosa se<br />

apo<strong>de</strong>rase <strong>de</strong> ti; tú lo liaste todo, y ahora tienes que arreglarlo. De modo que nada<br />

<strong>de</strong> dormirse durante la guardia» .<br />

Encendió otro cigarrillo, inhaló profundamente y tosió, con su ronca tos <strong>de</strong><br />

viejo. Dejó el cigarrillo en la muesca <strong>de</strong>l cenicero y se frotó los ojos con las dos<br />

manos. Por la carretera pasó zumbando un diez toneladas, hendiendo la noche<br />

borrascosa con los faros.<br />

Ya volvía a dormirse, pero se irguió bruscamente y empezó a darse cachetes<br />

con la palma y con el dorso <strong>de</strong> la mano hasta que le zumbaron los oídos. Ahora<br />

penetró en su corazón el terror, visitante sigiloso <strong>de</strong> aquel secreto.<br />

« Quiere hacerme dormir… quiere hipnotizarme… lo que sea. No le<br />

conviene que esté <strong>de</strong>spierto. Porque y a no pue<strong>de</strong> tardar en volver. Sí, lo noto. Y<br />

eso trata <strong>de</strong> <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong> mí» .

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