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Cementerio de animales - Stephen King

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pensando en un oso), pero volvió a cerrarla sin <strong>de</strong>cir nada. « Es el eco» , había<br />

dicho Jud.<br />

Louis la<strong>de</strong>ó la cabeza a su vez, imitando a Jud instintivamente sin darse<br />

cuenta, y tendió el oído. El sonido, al principio lejano, estaba ahora muy cerca,<br />

iba hacia ellos <strong>de</strong> un modo alarmante. Louis sintió que el sudor le manaba <strong>de</strong> la<br />

frente y le resbalaba por las mejillas agrietadas por el frío. Se cambió <strong>de</strong> mano<br />

la pesada bolsa que contenía el cuerpo <strong>de</strong> Church. El plástico le resbalaba por la<br />

húmeda palma. Ahora la cosa parecía estar tan cerca que Louis esperaba verla<br />

<strong>de</strong> un momento a otro alzarse sobre los cuartos traseros, tapando las estrellas con<br />

la mole <strong>de</strong> su cuerpo peludo.<br />

Ahora y a no pensaba en un oso.<br />

Ahora y a no sabía en qué pensaba.<br />

Y entonces se esfumó.<br />

Louis volvió a abrir la boca con la pregunta <strong>de</strong> « ¿Qué ha sido eso?» en la<br />

punta <strong>de</strong> la lengua, cuando <strong>de</strong> la oscuridad brotó una risa estri<strong>de</strong>nte y frenética<br />

que subía y bajaba <strong>de</strong> tono con histéricas oscilaciones taladrándole los tímpanos<br />

y helándole la sangre. A Louis le parecía que todas las articulaciones <strong>de</strong> su<br />

cuerpo se habían congelado y que había aumentado <strong>de</strong> peso hasta el extremo <strong>de</strong><br />

que si daba media vuelta y echaba a correr se lo tragaría el lodo.<br />

La risa se quebró en un áspero cacareo como se parte una roca por una falla<br />

múltiple, subió en un chillido agudo y se cuarteó en un gorgoteo que, antes <strong>de</strong><br />

apagarse <strong>de</strong>l todo, sonó como un sollozo.<br />

Se oy ó un chapoteo, y sobre sus cabezas rugió el viento como un río que<br />

corriera por el lecho <strong>de</strong>l cielo. Por lo <strong>de</strong>más, el Pequeño Dios Pantano quedó en<br />

silencio.<br />

Louis empezó a tiritar <strong>de</strong> pies a cabeza. Se le puso la piel <strong>de</strong> gallina. Era como<br />

si se le abrieran las carnes, sobre todo en el bajo vientre. Tenía la boca seca. No<br />

le quedaba ni una gota <strong>de</strong> saliva. A pesar <strong>de</strong> todo, persistía aquella euforia<br />

<strong>de</strong>mencial.<br />

—¿Qué diablos…? —susurró roncamente.<br />

Jud se volvió a mirarle. En aquel tenue resplandor, parecía tener ciento veinte<br />

años. En sus ojos no había y a ni asomo <strong>de</strong> aquel brillo. Estaba <strong>de</strong>macrado y su<br />

mirada reflejaba puro terror. Pero con voz bastante firme dijo:<br />

—No era más que un somormujo. Vamos, ya casi hemos llegado.<br />

Continuaron. El suelo volvía a ser firme. Durante unos momentos, Louis<br />

experimentó la sensación <strong>de</strong> encontrarse en un espacio abierto, aunque el aire y a<br />

no tenía aquella débil fosforescencia, y lo único que distinguía era la espalda <strong>de</strong><br />

Jud, a menos <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> distancia. Ahora pisaban una hierba rala,<br />

endurecida por la escarcha, que se quebraba como el cristal. Luego, volvieron a<br />

meterse entre árboles. Olía a pino y, <strong>de</strong> vez en cuando, le rozaba alguna rama.<br />

Louis había perdido la noción <strong>de</strong>l tiempo y <strong>de</strong> la dirección, pero, al poco rato,

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