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Cementerio de animales - Stephen King

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A medida que aumentaba el precio <strong>de</strong> la gasolina, los Creed usaban cada vez<br />

menos el coche gran<strong>de</strong> tipo furgoneta. A<strong>de</strong>más, tenía el cojinete <strong>de</strong> una rueda en<br />

mal estado y Louis había ido aplazando la reparación, en parte por no<br />

<strong>de</strong>sembolsar los doscientos dólares y en parte por pereza. Ahora le hubiera<br />

convenido usar el viejo mastodonte, pero no podía arriesgarse a tener una avería.<br />

El Civic tenía el maletero muy pequeño, y Louis no quería volver a Ludlow con<br />

un pico y una pala a la vista. Jud Crandall tenía un buen par <strong>de</strong> ojos y una cabeza<br />

<strong>de</strong>spejada. Enseguida adivinaría sus propósitos.<br />

Entonces se le ocurrió que no tenía por qué regresar a Ludlow. Louis volvió a<br />

Bangor por el puente Chamberlain y se instaló en el motel Howard Johnson, en la<br />

carretera <strong>de</strong> Odlin, cerca <strong>de</strong>l aeropuerto y <strong>de</strong>l cementerio Pleasantview don<strong>de</strong><br />

estaba enterrado su hijo. Se inscribió con el nombre <strong>de</strong> Dee Dee Ramone y pagó<br />

en efectivo.<br />

Louis se echó en la cama y trató <strong>de</strong> dormir, diciéndose que agra<strong>de</strong>cería aquel<br />

<strong>de</strong>scanso. En palabras <strong>de</strong> un novelista <strong>de</strong>l siglo pasado, le aguardaba una noche<br />

<strong>de</strong> ímprobo trabajo: el trabajo <strong>de</strong> toda una vida.<br />

Pero su cerebro no quería reposo.<br />

Louis estaba echado en la cama <strong>de</strong> un motel cualquiera, bajo un cuadro<br />

vulgar <strong>de</strong> barcas pintorescas amarradas a un muelle pintoresco <strong>de</strong> un puerto<br />

pintoresco <strong>de</strong> Nueva Inglaterra. Estaba vestido, pero sin los zapatos y con las<br />

manos en la nuca. En la mesita <strong>de</strong> noche había <strong>de</strong>jado la cartera, el dinero suelto<br />

y las llaves. Aquella sensación <strong>de</strong> frialdad persistía; se sentía totalmente<br />

<strong>de</strong>sconectado <strong>de</strong> su familia, <strong>de</strong> su entorno habitual y hasta <strong>de</strong> su trabajo. El motel<br />

hubiera podido estar en cualquier lugar: en San Diego, en Duluth, en Bangkok o en<br />

Charlotte Amalie. Se hallaba en una especie <strong>de</strong> tierra <strong>de</strong> nadie y, <strong>de</strong> vez en<br />

cuando, cruzaba por su mente un pensamiento asombroso: antes <strong>de</strong> volver a ver<br />

aquellas caras y lugares conocidos, habría visto a su hijo.<br />

Repasaba su plan una y otra vez. Lo examinaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> todos los ángulos,<br />

buscando posibles fallos y puntos débiles. Y se daba cuenta <strong>de</strong> que estaba<br />

avanzando por una estrecha pasarela tendida sobre el abismo <strong>de</strong> la locura. Le<br />

envolvía un aire <strong>de</strong> locura que ponía en sus oídos un aleteo <strong>de</strong> aves nocturnas <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>s ojos dorados: iba a precipitarse en la locura.<br />

Resonaron en su pensamiento, como en un sueño, los versos <strong>de</strong> Tom Rush: O<br />

<strong>de</strong>ath your hands are clammy / I feel them on my knees / you came and took my<br />

mother / won’t you come back after me? [7] .<br />

La locura. Locura alre<strong>de</strong>dor, muy cerca, acechando.<br />

Louis caminaba por el filo <strong>de</strong> la razón, repasando los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l plan.<br />

Hoy, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las once <strong>de</strong> la noche, excavaría la tumba <strong>de</strong> su hijo,<br />

levantaría con la cuerda las cubiertas <strong>de</strong> hormigón, sacaría el cuerpo <strong>de</strong> su hijo

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