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Cementerio de animales - Stephen King

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aparecido en los pañales <strong>de</strong>l niño.<br />

—¿Qué? —contestó Gage. Ya hablaba bastante bien, y Louis empezaba a<br />

pensar que tal vez fuera más que medianamente inteligente.<br />

—¿Quieres salir?<br />

—¡Quiere salir! —respondió Gage con entusiasmo—. ¡Quiere salir! ¿Patillas,<br />

papi?<br />

La pregunta, traducida, era: ¿Dón<strong>de</strong> están mis zapatillas, papi? Con<br />

frecuencia, Louis se admiraba <strong>de</strong>l modo <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> Gage, no porque fuera<br />

gracioso, sino porque le parecía que todos los niños pequeños hablaban como<br />

inmigrantes que estuvieran aprendiendo un idioma extranjero con un método<br />

anárquico y ameno. Él sabía que los bebés producían todos los sonidos que pue<strong>de</strong><br />

emitir la voz humana: el trino nasal tan difícil para los estudiantes <strong>de</strong> primer año<br />

<strong>de</strong> francés, los gruñidos y chasquidos guturales <strong>de</strong> los aborígenes australianos y<br />

las ásperas consonantes <strong>de</strong>l alemán. Era una facultad que perdían al apren<strong>de</strong>r la<br />

lengua materna y Louis se preguntaba a menudo si lo que se hacía durante la<br />

niñez no sería olvidar, más que apren<strong>de</strong>r.<br />

Las « patillas» <strong>de</strong> Gage aparecieron por fin… también <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l sofá. Otra<br />

<strong>de</strong> las sospechas <strong>de</strong> Louis era la <strong>de</strong> que en las familias con niños pequeños, la<br />

zona situada <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l sofá <strong>de</strong> la sala poseía una misteriosa fuerza magnética<br />

que succionaba toda clase <strong>de</strong> objetos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> botellas e imperdibles hasta lápices<br />

<strong>de</strong> colores y tebeos con restos <strong>de</strong> comida rancia entre sus páginas.<br />

Pero la chaqueta <strong>de</strong> Gage no estaba <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l sofá: estaba a mitad <strong>de</strong> la<br />

escalera. Fue más difícil dar con la gorra <strong>de</strong> béisbol, sin la que Gage no consentía<br />

en salir <strong>de</strong> casa, porque estaba en su sitio, el armario que, naturalmente, fue el<br />

último lugar en el que miraron.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> vamos, papi? —preguntó Gage amistosamente, dando la mano a su<br />

padre.<br />

—Al campo <strong>de</strong> Mrs. Vinton. A lanzar una cometa, amigo.<br />

—¿Comeeta? —preguntó Gage, receloso.<br />

—Te gustará. Un momento, chico.<br />

Estaban en el garaje. Louis sacó su llavero, abrió el armario <strong>de</strong>l garaje y<br />

encendió la luz. Después <strong>de</strong> revolver en el armario, encontró al « buitre» , todavía<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la bolsa, con el ticket <strong>de</strong> caja prendido. Lo compró durante el crudo<br />

febrero, una tar<strong>de</strong> en que su alma necesitaba mantener un <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> esperanza.<br />

—¿Eto? —preguntó Gage. O sea: « ¿Qué diantres es eso que tienes ahí,<br />

padre?» .<br />

—Es la cometa —dijo Louis sacándola <strong>de</strong> la bolsa. Gage observaba con<br />

interés cómo Louis <strong>de</strong>splegaba el buitre, cuy as alas, <strong>de</strong> resistente plástico, tenían<br />

una envergadura <strong>de</strong> un metro y medio. Sus ojos, saltones y sanguinolentos,<br />

parecían mirarles <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la pequeña cabeza situada al extremo <strong>de</strong> un cuello flaco<br />

y <strong>de</strong>splumado.

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