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Cementerio de animales - Stephen King

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igual que cuando se organizó aquel barullo en el Centro Médico, poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que llevaran a Pascow en la manta, moribundo. Lo consiguió. Le ay udó el afán<br />

<strong>de</strong> impedir que ella le viera en aquel estado, con los pies cubiertos <strong>de</strong> barro, la<br />

ropa <strong>de</strong> la cama amontonada en el suelo y aquella sábana enlodada.<br />

—Estoy <strong>de</strong>spierto —gritó jovialmente. Le sangraba la lengua, <strong>de</strong>l mordisco<br />

que se había dado. Tenía un remolino <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as en la cabeza y, en el fondo <strong>de</strong> su<br />

mente, lejos <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>sarrollaba la acción <strong>de</strong>l raciocinio, se preguntaba si<br />

habría estado siempre tan próximo a aquella irracionalidad <strong>de</strong>saforada. Si lo<br />

estábamos todos.<br />

—¿Un huevo o dos? —Rachel se había parado en el segundo o tercer peldaño.<br />

Gracias a Dios.<br />

—Dos —respondió él casi sin darse cuenta—. Revueltos.<br />

—Así se habla —dijo ella, volviendo a la cocina.<br />

Louis cerró un momento los ojos y respiró aliviado, pero en la oscuridad<br />

volvió a ver los ojos plateados <strong>de</strong> Pascow y volvió a abrirlos inmediatamente.<br />

Louis empezó a moverse con rapi<strong>de</strong>z, <strong>de</strong>sterrando todo pensamiento. Quitó las<br />

sábanas. Las mantas estaban bien. Hizo un ovillo con las sábanas, salió al pasillo y<br />

las arrojó por la trampilla <strong>de</strong> la ropa sucia.<br />

Casi corriendo, entró en el baño, conectó la ducha manual y se limpió pies y<br />

piernas con un agua que casi le escaldó, pero él ni se preocupó <strong>de</strong> graduar la<br />

temperatura.<br />

Empezaba a sentirse mejor, más sereno. Mientras se secaba, le asaltó la i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> que aquella misma sensación <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> experimentar los asesinos cuando<br />

creían haberse librado <strong>de</strong> todas las pruebas comprometedoras. Se echó a reír.<br />

Siguió secándose y riendo. Parecía no po<strong>de</strong>r parar.<br />

—¡Eh, el <strong>de</strong> ahí arriba! —gritó Rachel—. ¿Qué es eso tan divertido?<br />

—Un chiste muy personal —contestó Louis sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reír. Estaba asustado,<br />

pero el miedo no le quitaba la risa. Era una risa que nacía <strong>de</strong> un vientre más duro<br />

que los ladrillos <strong>de</strong> una pared. Sí; había estado acertado al tirar las sábanas por la<br />

trampilla. Missy Dandridge venía cinco días a la semana a pasar el aspirador,<br />

limpiar y … hacer la colada. Rachel no vería aquellas sábanas hasta que las<br />

pusiera otra vez en la cama… limpias. Era posible que Missy comentara lo <strong>de</strong> las<br />

manchas a Rachel, pero él no lo creía. Probablemente, la buena mujer<br />

cuchichearía a su marido que los Creed hacían en la cama cosas muy extrañas<br />

con barro y agujas <strong>de</strong> pino, en lugar <strong>de</strong> pinturas corporales.<br />

Esta i<strong>de</strong>a hizo que Louis riera aún más fuerte.<br />

Mientras se vestía, la risa fue apagándose hasta extinguirse por completo y<br />

Louis se sintió un poco mejor. No comprendía por qué, pero así era. Ahora la<br />

habitación volvía a estar normal, aunque sin las sábanas. Se había librado <strong>de</strong>l<br />

veneno. Tal vez la palabra a<strong>de</strong>cuada fuera « pruebas» , pero para él era un<br />

veneno.

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