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Cementerio de animales - Stephen King

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los gemelos Hall por el privilegio <strong>de</strong> llevar al cementerio al pobre chucho<br />

envenenado.<br />

Louis empezó a reír por lo bajo y luego soltó una carcajada. Sentía relajarse<br />

la tensión que le había <strong>de</strong>jado su pelea <strong>de</strong> aquella mañana con Rachel.<br />

—La niña salió gritando: « ¡Esperad! ¡Esperad! ¡Mirad esto!» . Ellos se<br />

quedaron quietos y que me ahorquen si…<br />

—Jud —reconvino Norma.<br />

—Perdona, cariño. Cuando me embalo, no puedo reprimirme, ya lo sabes.<br />

—Sí, y a lo sé —dijo ella.<br />

—Bueno, la niña tenía el libro abierto por la página <strong>de</strong> FUNERALES y allí<br />

había una fotografía <strong>de</strong> la reina Victoria, recibiendo el último adiós y « bon<br />

voy age» con más <strong>de</strong> cincuenta personas a cada lado <strong>de</strong>l ataúd, unas sudando con<br />

el armatoste a cuestas y otras sólo <strong>de</strong> pie, vestidas <strong>de</strong> punta en blanco, como para<br />

ir a las carreras. Y dice Mandy : « En un entierro <strong>de</strong> lujo pue<strong>de</strong>s poner a toda la<br />

gente que quieras. Lo dice el libro» .<br />

—¿Eso resolvió el problema? —preguntó Louis.<br />

—Eso zanjó la cuestión. Al final eran más <strong>de</strong> veinte chavales y, ¡canastos!,<br />

estaban lo mismo que la foto que Mandy había encontrado, aparte las chisteras y<br />

las levitas. Mandy lo organizó todo, sí señor. Los puso en fila y dio a cada uno una<br />

flor silvestre, un diente <strong>de</strong> león, una campanilla, una margarita, y allá se fueron.<br />

Qué caray, y o he dicho siempre que el país perdió a un buen elemento al no<br />

votar a Mandy Holloway para el Congreso <strong>de</strong> Estados Unidos. —Se echó a reír<br />

moviendo la cabeza—. De todos modos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces Billy Sy monds <strong>de</strong>jó <strong>de</strong><br />

tener pesadillas sobre el cementerio <strong>de</strong> los <strong>animales</strong>. Lloró a su perro, luego se<br />

consoló y la vida continuó. Es lo que nos pasa a todos, supongo.<br />

Louis volvió a pensar en la actitud casi histérica <strong>de</strong> Rachel.<br />

—Tu Ellie lo superará —dijo Norma revolviéndose en el asiento—. Pensarás<br />

que no sabemos hablar más que <strong>de</strong> la muerte, Louis. Jud y y o ya tenemos<br />

muchos años, pero no somos macabros.<br />

—Pues claro que no —dijo Louis—. Qué ocurrencia.<br />

—Pero no creas que es mala cosa ir haciéndose a la i<strong>de</strong>a. Hoy en día… no<br />

sé… nadie habla <strong>de</strong> la muerte, ni piensa en ella. La han quitado <strong>de</strong> la tele porque<br />

imaginan que pue<strong>de</strong> impresionar a los niños… Y la gente quiere los ataú<strong>de</strong>s<br />

cerrados, para no ver al muerto, ni <strong>de</strong>cirle adiós… Es como si todo el mundo<br />

quisiera olvidarse <strong>de</strong> ello.<br />

—Pero, al mismo tiempo, van y ponen la tele por cable, con todas esas<br />

películas en las que la gente sale… —Jud miró a Norma y carraspeó— haciendo<br />

lo que suele hacerse con las persianas echadas. Es curioso cómo cambia todo <strong>de</strong><br />

una generación a otra.<br />

—Sí —dijo Louis—; muy curioso.<br />

—Bueno, nosotros somos <strong>de</strong> otra época —dijo Jud, casi en tono <strong>de</strong> disculpa—.

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