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Cementerio de animales - Stephen King

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la tapa no se abrió, tal como todos esperaban, sino que empezó a subir toda la<br />

cámara. Las pare<strong>de</strong>s laterales estaban y a un poco húmedas y <strong>de</strong>scoloridas. El tío<br />

Carl gritó al operario que manejaba la grúa que diera marcha atrás. Él traería <strong>de</strong><br />

la funeraria algo que ablandara el pegamento.<br />

Pero el operario, o no le oyó, o <strong>de</strong>cidió seguir a<strong>de</strong>lante por su cuenta y riesgo,<br />

como un niño que jugara con una grúa <strong>de</strong> juguete a pescar regalos en una feria.<br />

El tío Carl dijo que aquel idiota estuvo a punto <strong>de</strong> no contarlo. Cuando ya<br />

asomaban <strong>de</strong> tierra las tres cuartas partes <strong>de</strong> la bóveda —el tío Carl y su<br />

ay udante oían gotear el agua <strong>de</strong> la base al fondo <strong>de</strong> la tumba (aquélla fue una<br />

semana muy lluviosa en la zona <strong>de</strong> Chicago)—, la grúa basculó e hincó el brazo<br />

en la tumba. El operario chocó contra el parabrisas y se rompió la nariz. Los<br />

festejos <strong>de</strong> aquel día costaron al condado <strong>de</strong> Cook unos tres mil dólares: dos mil<br />

más que el coste medio <strong>de</strong> estas alegres activida<strong>de</strong>s. El tío Carl le relató el<br />

inci<strong>de</strong>nte a raíz <strong>de</strong> la elección <strong>de</strong>l operario <strong>de</strong> la grúa para el cargo <strong>de</strong> presi<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> la asociación local <strong>de</strong> conductores <strong>de</strong> carretas, acaecida seis años <strong>de</strong>spués.<br />

Las cubiertas <strong>de</strong> placas eran más sencillas. Consistían en una simple cubeta<br />

<strong>de</strong> hormigón abierta por arriba, que se introducía en la tumba la mañana <strong>de</strong>l<br />

entierro. Después <strong>de</strong> la ceremonia, se <strong>de</strong>positaba el féretro en su interior. Luego,<br />

los sepultureros colocaban la tapa que solía estar dividida en dos piezas. Estas<br />

piezas se bajaban verticalmente, una a cada extremo <strong>de</strong> la tumba, hasta que<br />

<strong>de</strong>scansaban como extraños soportes <strong>de</strong> libros. En el extremo <strong>de</strong> cada pieza había<br />

una anilla <strong>de</strong> hierro por la que los sepultureros pasaban una ca<strong>de</strong>na y hacían<br />

<strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r las piezas lentamente para cerrar la cubeta. Cada pieza pesaría unos<br />

treinta o treinta y cinco kilos…, cuarenta, a lo sumo. Y no se utilizaba sellador.<br />

Era relativamente fácil para un hombre solo levantar aquellas placas; eso era<br />

lo que Jud quería <strong>de</strong>cir.<br />

Era relativamente fácil para un hombre <strong>de</strong>senterrar el cuerpo <strong>de</strong> su hijo para<br />

enterrarlo en otro lugar.<br />

« Ssssh… ssssh. De estas cosas no se habla. Son secretos» .<br />

—Sí, por supuesto que conozco la diferencia entre una bóveda sellada y una<br />

cubierta <strong>de</strong> placas —dijo Louis—. Pero y o no pensaba… Yo no pensaba lo que tú<br />

piensas que pensaba.<br />

—Louis…<br />

—Es tar<strong>de</strong> —dijo Louis—. Es tar<strong>de</strong>, estoy borracho y me ahoga la pena. Si te<br />

parece que tienes que contarme eso, pues cuéntamelo y acabemos.<br />

« Debí empezar con martinis —pensó—. Así hubiera estado roque cuando él<br />

llamó a la puerta» .<br />

—De acuerdo, Louis. Y gracias.<br />

—A<strong>de</strong>lante.<br />

Jud se quedó pensativo unos momentos y empezó a hablar.

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