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Cementerio de animales - Stephen King

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—¡Pácaro! —gritó Gage—. ¡Pácaro, papá!<br />

—Sí, un pájaro —dijo Louis introduciendo las varillas en las jaretas <strong>de</strong>l dorso<br />

<strong>de</strong> la cometa y revolviendo otra vez en el armario en busca <strong>de</strong>l ovillo <strong>de</strong> cor<strong>de</strong>l<br />

que compró el mismo día. Por encima <strong>de</strong>l hombro, repitió—: Verás cómo te<br />

gusta, compañero.<br />

A Gage le gustó.<br />

Llevaron la cometa al campo <strong>de</strong> Mrs. Vinton y Louis consiguió hacerla volar<br />

al viento <strong>de</strong> finales <strong>de</strong> marzo al primer intento, a pesar <strong>de</strong> que no lanzaba una<br />

cometa <strong>de</strong>s<strong>de</strong>… ¿pero era posible?, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tenía doce años. ¿Habían pasado<br />

diecinueve años? Dios, qué espanto.<br />

Mrs. Vinton era una anciana que tenía casi la edad <strong>de</strong> Jud, pero no su<br />

fortaleza. Vivía en una casa <strong>de</strong> ladrillo situada al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l campo, aunque casi<br />

nunca salía. Detrás <strong>de</strong> la casa empezaba el bosque, el bosque en el que se<br />

encontraba Pet Sematary y, más allá, el cementerio micmac.<br />

—¡La cometa vuela, papi! —chilló Gage.<br />

—¡Mira cómo sube! —gritó Louis a su vez, riendo entusiasmado. Soltaba hilo<br />

tan <strong>de</strong>prisa que el roce casi le quemaba la palma <strong>de</strong> la mano—. ¡Mira el buitre,<br />

Gage! Se va a hacer caca <strong>de</strong> miedo…<br />

—¡Caca <strong>de</strong> mieo…! —gritó Gage con una gran carcajada. El sol asomó por<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una esponjosa nube <strong>de</strong> primavera, y pareció que la temperatura subía<br />

cinco grados casi <strong>de</strong> repente. Estaba a la diáfana luz <strong>de</strong> un marzo templado y<br />

traidor que se las daba <strong>de</strong> abril, en medio <strong>de</strong>l campo <strong>de</strong> Mrs. Vinton, cubierto <strong>de</strong><br />

hierbas secas y altas, mientras el buitre subía y subía hacia el azul, con sus alas<br />

<strong>de</strong> plástico tensas contra el viento, y Louis, como hacía <strong>de</strong> niño, se alzó en espíritu<br />

hacia la cometa, fundiéndose con ella y contempló la verda<strong>de</strong>ra faz <strong>de</strong>l mundo,<br />

la que sin duda ven en sueños los cartógrafos: el campo <strong>de</strong> Mrs. Vinton,<br />

blanquecino y dormido <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>shielo, que ya no era un campo, sino un<br />

paralelogramo limitado por pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> piedra en dos <strong>de</strong> sus lados y, en la base, la<br />

ray a negra <strong>de</strong> la carretera y la cuenca <strong>de</strong>l río. Eso veía el buitre con sus ojos<br />

saltones. Veía la cinta gris <strong>de</strong>l río que aún arrastraba trozos <strong>de</strong> hielo y, al otro lado,<br />

Hampton, Newburgh, Winterport, con un barco en el puerto, tal vez incluso veía<br />

la fábrica St. Regis, en Bucksport, bajo su ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> humo, y hasta el cabo, en el<br />

que el Atlántico embestía los acantilados.<br />

—¡Mira cómo sube, Gage! —gritó Louis, riendo.<br />

Gage echaba el cuerpo hacia atrás <strong>de</strong> tal manera que parecía que, <strong>de</strong> un<br />

momento a otro, iba a caerse <strong>de</strong> espaldas. Sonreía <strong>de</strong> oreja a oreja y saludaba a<br />

la cometa con la mano.<br />

Cuando se aflojó la tensión <strong>de</strong>l hilo, Louis dijo a Gage que pusiera la mano.<br />

Gage extendió el brazo, sin mirar siquiera. No podía apartar los ojos <strong>de</strong> la cometa<br />

que giraba y danzaba al viento mientras su sombra corría por el campo <strong>de</strong> un<br />

lado a otro.

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