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Cementerio de animales - Stephen King

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Pero el mensaje estaba bien claro: Ellie <strong>de</strong>bía quedarse, el colegio podía irse a la<br />

porra por un día.<br />

Otra vez la voz <strong>de</strong> Rachel:<br />

—El, <strong>de</strong>spierta a papá antes <strong>de</strong> bajar.<br />

Entró Ellie, con el pelo recogido en una cola <strong>de</strong> caballo y su vestido rojo.<br />

—Estoy <strong>de</strong>spierto, cariño —dijo él—. Anda al autobús.<br />

—Sí, papá. —La niña se acercó, le dio un beso en la áspera mejilla y salió<br />

corriendo hacia la escalera.<br />

El sueño empezaba a diluirse, a per<strong>de</strong>r coherencia. Magnífico.<br />

—¡Gage! —gritó Louis—. ¡Un beso a papá!<br />

Gage hizo caso omiso. Bajaba la escalera <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Ellie tan aprisa como<br />

podía, chillando a voz en cuello:<br />

—¡Toma! ¡Toma! ¡TOMA!<br />

Louis apenas alcanzó a entrever la figura rechoncha <strong>de</strong>l niño que sólo llevaba<br />

el pañal y las braguitas <strong>de</strong> plástico.<br />

—¿Estás <strong>de</strong>spierto, Louis? —gritó Rachel <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo.<br />

—Sí —dijo Louis sentándose en la cama.<br />

—¡Ya te lo he dicho! —gritó Ellie—. Me voy. ¡Adiós! —Un portazo y un<br />

berrido <strong>de</strong> indignación <strong>de</strong> Gage subray aron estas palabras.<br />

—¿Un huevo o dos? —preguntó Rachel.<br />

Louis apartó la ropa <strong>de</strong> la cama y puso los pies en la alfombrilla <strong>de</strong> ganchillo<br />

y y a iba a respon<strong>de</strong>r que nada <strong>de</strong> huevos, sólo un tazón <strong>de</strong> cereales antes <strong>de</strong> salir<br />

corriendo…, cuando las palabras se le ahogaron en la garganta.<br />

Tenía los pies sucios <strong>de</strong> tierra y agujas <strong>de</strong> pino.<br />

El corazón le hizo una pirueta <strong>de</strong> saltimbanqui. Con un movimiento brusco, los<br />

ojos <strong>de</strong>sorbitados y los dientes clavados en una lengua insensible, Louis arrancó<br />

la sábana <strong>de</strong> encima <strong>de</strong> un puntapié. La parte baja <strong>de</strong> la cama estaba sembrada<br />

<strong>de</strong> agujas <strong>de</strong> pino y las sábanas, manchadas <strong>de</strong> barro.<br />

—¿Louis?<br />

Entonces vio que también tenía agujas <strong>de</strong> pino en las rodillas. De pronto, se<br />

miró el brazo <strong>de</strong>recho. Vio un arañazo reciente en el bíceps, exactamente don<strong>de</strong><br />

se le clavara la rama… en el sueño.<br />

« Voy a gritar. Me lo noto» .<br />

El grito retumbaba en su interior, como la <strong>de</strong>tonación <strong>de</strong>l frío proyectil <strong>de</strong>l<br />

miedo. Su realidad se tambaleaba: la verda<strong>de</strong>ra realidad eran las agujas <strong>de</strong> pino,<br />

el barro <strong>de</strong> las sábanas, la herida <strong>de</strong>l brazo.<br />

« Voy a gritar, y luego me volveré loco y y a no tendré que preocuparme<br />

más» .<br />

—¿Louis? —Rachel estaba subiendo la escalera—. Louis, ¿te has dormido otra<br />

vez?<br />

Durante dos o tres segundos, trató <strong>de</strong> sobreponerse haciendo un esfuerzo, al

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