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Cementerio de animales - Stephen King

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esparadrapo. Lo que está vivo no suena así. Para no fundir el hielo que tienes<br />

<strong>de</strong>bajo has <strong>de</strong> estar muerto.<br />

En la habitación contigua, el reloj dio las diez y media.<br />

—¿Qué dijo tu padre al volver a casa y ver el perro? —preguntó Louis con<br />

curiosidad.<br />

—Yo estaba en el jardín, jugando a las canicas y esperándole. Me sentía<br />

como si hubiera hecho algo malo y supiera que, probablemente, iba a recibir<br />

unos azotes. Él cruzó la verja a eso <strong>de</strong> las ocho, con su mono <strong>de</strong> peto y la gorra<br />

<strong>de</strong> cotín… ¿Sabes lo que quiero <strong>de</strong>cir?<br />

Louis asintió ahogando un bostezo con el dorso <strong>de</strong> la mano.<br />

—Sí —dijo Jud—. Se hace tar<strong>de</strong>. Tengo que abreviar.<br />

—No es tan tar<strong>de</strong> —dijo Louis—. Lo que ocurre es que llevo más cervezas <strong>de</strong><br />

las que acostumbro. Continúa, Jud, y a tu ritmo. Eso me interesa.<br />

—Mi padre cruzó la verja balanceando la fiambrera por el asa y silbando.<br />

Estaba oscureciendo, pero me vio y dijo: « ¡Hola, Judkins!» como siempre, y<br />

luego: « ¿Dón<strong>de</strong> está…?» .<br />

» No dijo más, porque entonces « Spot» salió <strong>de</strong> la sombra, no venía<br />

corriendo, como siempre, dispuesto a brincar <strong>de</strong> alegría, sino andando <strong>de</strong>spacio y<br />

moviendo la cola. Mi padre <strong>de</strong>jó caer la fiambrera y dio un paso atrás. Creo que<br />

hubiera dado media vuelta y echado a correr, pero su espalda tropezó con la<br />

cerca y se quedó quieto, mirando al perro. Y cuando « Spot» se alzó por fin<br />

sobre los cuartos traseros, mi padre le tomó la patas como si fueran las manos <strong>de</strong><br />

una señorita con la que fuera a bailar. Se quedó mirando al perro mucho rato y<br />

luego me miró a mí y dijo: “Necesita un baño, Jud. Aún tiene el hedor <strong>de</strong> la<br />

tierra en la que lo enterraste”. Y entró en casa.<br />

—¿Y tú qué hiciste? —preguntó Louis.<br />

—Darle otro baño. Y él lo aceptó, sentado en el barreño. Y cuando entré en<br />

casa mi madre y a se había acostado, a pesar <strong>de</strong> que no eran las nueve todavía.<br />

Mi padre me dijo: « Tenemos que hablar, Judkins» . Yo me senté frente a él, y él<br />

me habló como a un hombre, por primera vez en mi vida, mientras <strong>de</strong>l otro lado<br />

<strong>de</strong> la carretera, don<strong>de</strong> ahora está tu casa, venía el perfume <strong>de</strong> la madreselva y,<br />

<strong>de</strong> nuestro propio jardín, el <strong>de</strong> las rosas silvestres. —Jud Crandall suspiró—. Yo<br />

siempre pensé que me gustaría que él me hablara así, pero no, no me gustó nada.<br />

Lo <strong>de</strong> esta noche, Louis, ha sido como asomarse a un espejo que está colocado<br />

frente a otro espejo y verse proy ectado por un interminable corredor. Me<br />

pregunto cuántas veces se habrá transmitido esta historia. Una historia en la que<br />

sólo cambian los nombres. Es como la cosa <strong>de</strong>l sexo, ¿no te parece?<br />

—Tu padre lo sabía.<br />

—Ajá. « ¿Quién te ha llevado allí arriba, Jud?» , me preguntó. Yo se lo dije. Él<br />

movió la cabeza como dando a enten<strong>de</strong>r que y a se lo había figurado. No<br />

obstante, <strong>de</strong>spués averigüé que en aquel tiempo había en Ludlow seis u ocho

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