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Cementerio de animales - Stephen King

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un rumor como <strong>de</strong> voces, pero no son más que los somormujos <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong><br />

Prospect. El eco llega lejos. Curioso, ¿no?<br />

—¿Somormujos? —preguntó Louis con escepticismo—. ¿En esta época?<br />

—Oh, sí —dijo Jud con una voz totalmente inexpresiva. Durante un momento,<br />

Louis <strong>de</strong>seó vivamente ver la cara <strong>de</strong>l viejo. Aquella mirada…<br />

—Jud, ¿adón<strong>de</strong> vamos? ¿Qué puñetas hacemos a oscuras, en estos parajes <strong>de</strong><br />

ultratumba?<br />

—Te lo diré cuando lleguemos. —Jud dio media vuelta y siguió andando—.<br />

Ten cuidado con los <strong>de</strong>sniveles.<br />

Siguieron avanzando, asentando los pies en las protuberancias <strong>de</strong>l suelo<br />

pantanoso. Louis no miraba por dón<strong>de</strong> iba. Parecía encontrar automáticamente,<br />

sin el menor esfuerzo, el lugar más seguro para poner el pie. Sólo resbaló una<br />

vez, cuando su zapato izquierdo rompió una fina lámina <strong>de</strong> hielo y se hundió en<br />

un charco frío. Lo sacó <strong>de</strong> allí rápidamente y siguió andando tras la luz oscilante.<br />

Aquel haz luminoso que bailoteaba entre los árboles le traía recuerdos <strong>de</strong> las<br />

novelas <strong>de</strong> piratas que leía <strong>de</strong> chico. Forajidos que iban a enterrar los doblones a<br />

la luz <strong>de</strong> la luna… y, naturalmente, uno <strong>de</strong> ellos sería arrojado al hoy o con el<br />

cofre, con una bala en el corazón, porque los piratas creían —por lo menos, así lo<br />

afirmaban solemnemente los autores <strong>de</strong> aquellos tétricos relatos— que el espíritu<br />

<strong>de</strong>l camarada muerto permanecería allí, guardando el botín.<br />

« Pero el caso es que nosotros no vamos a enterrar un tesoro. Lo que nosotros<br />

llevamos es el gato capado <strong>de</strong> mi hija» .<br />

Tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar la risa.<br />

No oy ó ningún « rumor como <strong>de</strong> voces» ni vio el fuego <strong>de</strong> San Telmo; pero,<br />

tras salvar una media docena <strong>de</strong> ondulaciones, miró al suelo y vio que sus pies,<br />

pantorrillas, rodillas y la parte baja <strong>de</strong> los muslos estaban envueltos en una niebla<br />

blanca, <strong>de</strong>nsa y opaca. Era como andar por un ventisquero impalpable.<br />

El aire parecía tener ahora una leve fosforescencia, y Louis hubiera jurado<br />

que era más cálido. Veía a Jud caminar con paso uniforme y el pico al hombro.<br />

Aquel pico le daba estampa <strong>de</strong> enterrador <strong>de</strong> tesoros.<br />

Louis seguía sintiendo aquella extraña euforia, y <strong>de</strong> pronto se le ocurrió que,<br />

tal vez, Rachel estuviera llamando por teléfono, que en su casa estuvieran<br />

sonando unos timbrazos machacones y prosaicos, que…<br />

Casi se echó encima <strong>de</strong> Jud. El viejo estaba parado en medio <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro con<br />

la cabeza la<strong>de</strong>ada y los labios apretados.<br />

—Jud, ¿qué es…?<br />

—¡Sssh!<br />

Louis miró en torno con inquietud. La niebla se había diluido un poco, pero él<br />

aún no podía verse los pies. Entonces oyó crujir unas ramas. Algo se movía en la<br />

espesura, algo bastante gran<strong>de</strong>.<br />

Abrió la boca para preguntar a Jud si podía ser un alce (en realidad, estaba

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