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Cementerio de animales - Stephen King

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—¿Que quieres… qué? —preguntó Dory otra vez—. Rachel, estás<br />

trastornada. Una noche <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso y…<br />

Rachel sólo movió la cabeza. No podía explicar a su madre por qué tenía que<br />

regresar. La <strong>de</strong>cisión se alzó en ella <strong>de</strong>l mismo modo que se levanta el viento: la<br />

hierba empieza a temblar, la brisa es cada vez más fuerte, se turba la calma,<br />

luego y a silban las ráfagas en los aleros y al poco tiembla toda la casa, y<br />

entonces te das cuenta <strong>de</strong> que es un verda<strong>de</strong>ro huracán y que, como siga<br />

aumentando su fuerza, van a empezar a caer cosas.<br />

Eran las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> en Chicago. En Bangor, Louis empezaba su copiosa y<br />

anodina cena. Rachel y Ellie apenas probaron bocado. Cada vez que Rachel<br />

levantaba los ojos <strong>de</strong>l plato se tropezaba con la mirada <strong>de</strong> su hija que le<br />

preguntaba qué pensaba hacer para ayudar a papá, qué pensaba hacer.<br />

Estaba alerta por si sonaba el teléfono, por si Jud llamaba para <strong>de</strong>cirle que<br />

Louis había vuelto y sonó una vez —ella dio un brinco y Ellie estuvo a punto <strong>de</strong><br />

tirar el vaso <strong>de</strong> leche—, pero era una señora <strong>de</strong>l club <strong>de</strong> bridge <strong>de</strong> Dory, que<br />

preguntaba si habían tenido buen viaje.<br />

Estaban tomando café cuando Rachel soltó la servilleta bruscamente y dijo:<br />

—Papá…, mamá…, lo siento, pero tengo que volver a casa. Si encuentro<br />

plaza en un avión, me iré esta misma noche.<br />

Sus padres la miraron con la boca abierta, pero Ellie cerró los ojos con una<br />

expresión <strong>de</strong> alivio propia <strong>de</strong> una persona mayor. Hubiera resultado cómica, <strong>de</strong><br />

no ser por la pali<strong>de</strong>z y crispación <strong>de</strong> su cara.<br />

Ellos no comprendían, y Rachel no podía explicárselo, como tampoco<br />

hubiera podido explicar por qué esos soplos <strong>de</strong> aire que apenas alcanzan a mover<br />

la hierba pue<strong>de</strong>n aumentar <strong>de</strong> fuerza hasta ser capaces <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar una casa. Ella<br />

no creía que Ellie hubiera oído por la radio la noticia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Víctor<br />

Pascow y almacenado la información en el subconsciente.<br />

—Rachel, cariño… —Su madre hablaba melosamente, como el que se dirige<br />

a una persona que sufre un histerismo pasajero pero peligroso—. Esto no es más<br />

que una secuela <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> tu hijo. Tú y Ellie estáis muy afectadas, y es<br />

natural. Pero podrías <strong>de</strong>rrumbarte si…<br />

Rachel no le contestó. Se fue al teléfono <strong>de</strong>l vestíbulo, buscó el número <strong>de</strong><br />

Delta en las Páginas Amarillas y marcó mientras Dory, a su lado, <strong>de</strong>cía que<br />

<strong>de</strong>bían pensarlo y hablar más <strong>de</strong>spacio, tal vez hacer una lista… Y Ellie, <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> su abuela, la miraba con su carita <strong>de</strong> angustia, y ahora con una leve esperanza<br />

que animaba a Rachel.<br />

—Delta Airlines —contestó una voz jovial—. Al aparato, Kim. ¿En qué puedo

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