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Cementerio de animales - Stephen King

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como una piedra en un pozo profundo. Louis arrojó otra.<br />

—¿Gage?<br />

Nada. No se oía ni el tictac <strong>de</strong>l reloj <strong>de</strong> la sala. Nadie le había dado cuerda<br />

aquella mañana.<br />

Pero había huellas <strong>de</strong> barro en el suelo.<br />

Louis entró en la sala. Olía a tabaco frío y rancio. Vio la mecedora <strong>de</strong> Jud<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l mirador. Estaba la<strong>de</strong>ada, como si se hubiera levantado bruscamente.<br />

Había un cenicero en el alféizar <strong>de</strong> la ventana, con un perfecto cilindro <strong>de</strong> ceniza.<br />

« Jud estuvo aquí sentado vigilando. ¿Vigilando el qué? Vigilando la carretera,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, para verme llegar. Pero no me vio. Lo cierto es que no me vio» .<br />

Louis vio las cuatro latas <strong>de</strong> cerveza bien alineadas. No eran suficiente para<br />

hacerle dormir, pero tal vez se levantó para ir al cuarto <strong>de</strong> baño. De todos modos,<br />

<strong>de</strong>masiada casualidad.<br />

Las huellas se acercaban al sillón. Mezcladas con las huellas humanas, se<br />

veían otras, más borrosas, <strong>de</strong> patas. Como si Church hubiera pisado el barro que<br />

iban <strong>de</strong>jando los pequeños zapatos <strong>de</strong> Gage. Luego, las huellas se dirigían hacia la<br />

puerta oscilante <strong>de</strong> la cocina.<br />

Con el corazón <strong>de</strong>sbocado, Louis siguió el rastro.<br />

Al abrir la puerta, vio los pies <strong>de</strong> Jud, su viejo mono ver<strong>de</strong>, la camisa <strong>de</strong><br />

franela a cuadros. El anciano estaba tendido con las piernas abiertas en un gran<br />

charco <strong>de</strong> sangre que empezaba a secarse.<br />

Louis se tapó los ojos con los puños, como si quisiera <strong>de</strong>strozarse la vista. Pero<br />

no podía; veía unos ojos, los ojos <strong>de</strong> Jud, abiertos, acusándole, tal vez acusándose<br />

a sí mismo, por haber provocado todo aquello.<br />

« Pero ¿fue él quien empezó? —se preguntó Louis—. ¿Fue él realmente?» .<br />

A Jud se lo dijo Stanny B., y a Stanny B. se lo dijo su padre, y al padre <strong>de</strong><br />

Stanny B. se lo dijo su padre, el último traficante en pieles que negociaba con los<br />

indios, un francés <strong>de</strong> las tierras <strong>de</strong>l norte, <strong>de</strong> la época en que Franklin Pierce era<br />

presi<strong>de</strong>nte.<br />

—Oh, Jud, lo siento —susurró Louis.<br />

Los ojos <strong>de</strong> Jud le miraban inexpresivamente.<br />

—Lo siento mucho —repitió Louis.<br />

Sus pies parecían moverse automáticamente, y su pensamiento volvió <strong>de</strong><br />

pronto al día <strong>de</strong> Acción <strong>de</strong> Gracias, al pavo que Norma preparó para la comida<br />

que los tres celebraron alegremente, los dos hombres, con cerveza y ella, con un<br />

vasito <strong>de</strong> vino blanco, sobre el mantel blanco que ella sacó <strong>de</strong>l cajón <strong>de</strong> abajo,<br />

como él lo sacó ahora; sólo que ella lo puso en la mesa, fijándolo con bonitos<br />

can<strong>de</strong>labros <strong>de</strong> peltre, mientras que él…<br />

Louis vio inflarse la tela sobre el cuerpo <strong>de</strong> Jud, cubriendo piadosamente la<br />

cara muerta. Casi inmediatamente, pequeños pétalos escarlata aparecieron en<br />

aquel campo blanquísimo.

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