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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

Antonio no mira hacia atrás, ni examina quiénes le impelen. Su enemigo es el Palacio,<br />

madriguera <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo para él, y truena contra los mismos procedimientos que sólo<br />

han cambiado <strong>de</strong> antifaz.<br />

Al oído <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte se insiste: “Usted es muy bueno, Lilís le habría metido en la<br />

cárcel, por lo menos”. “Este país no se pue<strong>de</strong> gobernar así”. En el parque, los discutidores<br />

se enfurecen.<br />

—Ésa es la obra <strong>de</strong> los lilisistas, que nos están dividiendo para vencernos.<br />

—Sí, y don juan <strong>de</strong>be pelar el ojo, y agarrarse, porque la mulita corcovea.<br />

Portocarrero siéntese satisfecho. Es el blanco <strong>de</strong> todas las flechas; admirado, odiado,<br />

aplaudido o <strong>de</strong>nostado; su fuerza se enfrenta al po<strong>de</strong>r, que al fin capitulará. Los que entretienen<br />

sus ansias haciendo combinaciones ministeriales, incluyen su nombre en primera<br />

línea. Cada error gubernativo es una piedra más en su pe<strong>de</strong>stal. El Presi<strong>de</strong>nte continúa recorriendo<br />

las calles a trancos, con sus e<strong>de</strong>canes a la zaga, y los domingos oye <strong>de</strong>votamente<br />

la misa en la Catedral, acompañado <strong>de</strong> su familia. El edificio cruje al golpe <strong>de</strong> las piquetas<br />

<strong>de</strong>moledoras, pero él, cabeciduro, repite con acento afrancesado su estribillo: “Ni un día<br />

más, ni un día menos”.<br />

Una tar<strong>de</strong>, los granujas vocean: “La Libertad”, con “la caída <strong>de</strong>l Ministerio”, “lo que<br />

dicen a don juan”. Tres secretarios <strong>de</strong> Estado han renunciado, y Portocarrero enristra una<br />

catilinaria al presi<strong>de</strong>nte, enumera los errores en que ha incurrido, le acusa <strong>de</strong> acoger a los<br />

lilisistas, y lo que es peor, <strong>de</strong> usar las mismas prácticas corruptoras. “La Constitución es un<br />

trapo, cuando <strong>de</strong>be ser tan sagrada como la ban<strong>de</strong>ra nacional”, escribe; y barajando los<br />

nombres que se indican para el nuevo Gabinete, su péndola, sin piedad ni rebozo, excluye,<br />

acusa, clava en la picota o elogia sin tasa, aclama o anatematiza.<br />

En los menti<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l Parque Colón, se comenta el artículo; alguno afirma que Portocarrero<br />

será al fin ministro, y se le reconocen cualida<strong>de</strong>s. Cuando llega en busca <strong>de</strong> los laureles<br />

<strong>de</strong> la jornada, las manos se tien<strong>de</strong>n afables, sólo una le repulsa. El paladín le mira retador,<br />

y el otro estalla:<br />

—Usted no es más que un sinvergüenza, y mi tío es un hombre honrado, que muchas<br />

veces con su dinero le ha matado a usted el hambre.<br />

El bastón <strong>de</strong>l periodista se alza. El bombín <strong>de</strong>l insultador rueda roto, los testigos se apartan<br />

y los revólveres relucen. Portocarrero se planta en la avenida; el otro se escuda en el tronco<br />

<strong>de</strong> un álamo, y entre los gritos <strong>de</strong> los presentes, los dos hombres se bombar<strong>de</strong>an, pum, pum,<br />

saltando, zigzagueando, o perfilados <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los árboles hasta que las cámaras se vacían;<br />

entonces los otros promedian y la policía acu<strong>de</strong>. Muchas puertas se han cerrado, y la guardia<br />

<strong>de</strong> la Gobernación está firme. Los combatientes, ilesos. Los espectadores la cuentan <strong>de</strong><br />

chiripa; a todos les ha pellizcado el plomo las orejas.<br />

La única baja es una borrica que pasa por la calle cargada <strong>de</strong> petacas <strong>de</strong> carbón y haces <strong>de</strong><br />

caña <strong>de</strong> azúcar, la que herida en una pata, amusga las orejas y lanza un rebuzno formidable.<br />

xIV<br />

La noticia le precedió. En la casa estaban conmovidos, y aunque les habían avisado que<br />

nada le ocurría, lloraban lamentándose. Luisa, los ojos acuosos y enrojecidos, le abrazó, junto<br />

a la puerta. Todos querían saber.<br />

—No ha sido nada, una pelotera sin importancia. Todo ha terminado. ¡Un mentecato!...<br />

¡hombrearse conmigo!<br />

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