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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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FRANCISCO GREGORIO bILLINI | bANí O ENGRACIA Y ANTOÑITA<br />

V<br />

Antoñita siguió el consejo <strong>de</strong> su amiga. Esa noche rezó mucho; al otro día hizo lo mismo.<br />

La oración llegó a ser para ella el último recurso. En ese consuelo inefable llegó a ver una esperanza;<br />

pero una esperanza que se avivaba en el ardor <strong>de</strong> su fe. Orando le parecía resolver por<br />

obra <strong>de</strong> milagro, su difícil, in<strong>de</strong>finido problema. Se aferró <strong>de</strong> la oración como el náufrago <strong>de</strong> la<br />

tabla salvadora. En el agonizante estado <strong>de</strong> su espíritu creía encontrar en ella la realización <strong>de</strong><br />

un sueño, <strong>de</strong> un imposible. –¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Que él mismo <strong>de</strong>struya este matrimonio!,<br />

¡que se arrepienta!, ¡qué se arrepienta! –así terminaba siempre y así volvía a principiar diciendo,<br />

cada vez que se arrodillaba para vaciar en lo infinito el sentir <strong>de</strong> su corazón.<br />

Y como en vano había escrito una carta a Eduardo para que se aplazara el matrimonio,<br />

y en vano con lágrimas en los ojos se lo había suplicado a su madre, negados los recursos<br />

en la tierra había vuelto sus miradas al cielo.<br />

Dos días se pasaron en esas amargas luchas, y dos noches casi sin dormir. Había llegado<br />

en ella ese intermedio en que parece que <strong>de</strong>scansan <strong>de</strong>sfallecidos los espíritus agitados.<br />

Estaba aletargada, silenciosa, meditabunda, indiferente, algo así como insensible. Parecía<br />

hallarse en uno <strong>de</strong> esos intervalos <strong>de</strong> quietud que tienen las fiebres <strong>de</strong>voradoras. ¡Ay! cuándo<br />

viniese la terrible crisis…<br />

Con la angustiosa agonía <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>nado a muerte contaba las horas. Por fin llegó el<br />

espantoso jueves que ella hubiera querido <strong>de</strong>tener a trueque <strong>de</strong> su vida. Amaneció negro,<br />

muy negro para su alma.<br />

Las hermanas ponían las cortinas con lazos <strong>de</strong> cintas en las puertas <strong>de</strong> la blanqueada<br />

sala. Las amigas mandaban las flores. Se arreglaba la casa con todos los preparativos <strong>de</strong> la<br />

fiesta. En la noche <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> efectuarse el acto; es <strong>de</strong>cir, se preparaba el martirio <strong>de</strong> una víctima<br />

inocente; una virgen iría con la corona <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sposada al altar <strong>de</strong>l sacrificio.<br />

Las horas iban corriendo. Eduardo ocupado en los asuntos <strong>de</strong> la boda no había ido en<br />

toda la mañana en casa <strong>de</strong> la novia.<br />

Alicia y Aurelia habían arreglado también el aposento. Limpiaron los muebles; adornaron<br />

la mesa que servía <strong>de</strong> tocador; vistieron con las mejores sábanas el catre <strong>de</strong> Antoñita, y con las<br />

bordadas fundas orladas <strong>de</strong> encajes las almohadas. Luego tendieron encima el vestido <strong>de</strong> seda<br />

blanca, con la corona <strong>de</strong> azahares; y colocando en el respaldo <strong>de</strong> la silla que había junto al catre<br />

el finísimo velo, <strong>de</strong>jaron, como al <strong>de</strong>scuido, en el asiento <strong>de</strong> ella, las zapatillas <strong>de</strong> raso.<br />

<strong>VI</strong><br />

Era ya la tar<strong>de</strong>. Engracia hacía algún rato que acompañaba a su amiga. La señora C.<br />

también estaba en el aposento. En la sala se hallaba Eduardo. La madre <strong>de</strong>mostrando su<br />

disgusto había murmurado algunas palabras respecto a la actitud indiferente en que permanecía<br />

la hija.<br />

Luego se sucedió un profundo silencio. El miedo, como cuando se teme una <strong>de</strong>sgracia,<br />

había invadido aquellos corazones, y hasta el aire, en aquel pequeño espacio, parecía estar<br />

emocionado.<br />

—¿Yo no sé hasta cuándo espera esta muchacha? ¿Qué es lo que preten<strong>de</strong>? –clamó al<br />

fin la madre interpelando a la hija.<br />

Antoñita como una loca se levantó <strong>de</strong> la silla, y con uno <strong>de</strong> esos arranques extraordinarios<br />

que salen <strong>de</strong>l corazón como <strong>de</strong>sbordado torrente, acercándose a ella, pálida, grave,<br />

temblorosa, le dijo:<br />

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