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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

—Guarda eso para ti y para mi amigo el señor Licenciado; pero no <strong>de</strong>jes <strong>de</strong> compartir<br />

tus golosinas con los otros muchachos <strong>de</strong>l convento; y, sobre todo, cómelas con mo<strong>de</strong>ración,<br />

pues pudieran hacerte daño, y te volverían las calenturas.<br />

—Estoy <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgracia con vuestra merced, padre –replicó visiblemente picado Enrique–<br />

<strong>de</strong>sairáis mi regalo, y luego me amonestáis para que no sea egoísta ni coma mucho. Siento<br />

que vuestra merced tenga tan mala opinión <strong>de</strong> mí.<br />

—No, hijo mío; no pienso mal <strong>de</strong> ti: ahora es cuando echo <strong>de</strong> ver que eres un poquillo soberbio:<br />

ten cuidado con la soberbia, muchacho, que empaña el brillo <strong>de</strong> todas las virtu<strong>de</strong>s.<br />

—Vuestra bendición, padre.<br />

—El Señor te conduzca, hijo mío.<br />

Y el cacique se retiró al <strong>de</strong>partamento don<strong>de</strong> estaba su dormitorio y el <strong>de</strong> Tamayo, contiguo<br />

a la celda que ocupaba el Licenciado Las Casas.<br />

—Este Fray Antonio –iba diciendo entre dientes el joven –es muy santo y muy bueno;<br />

pero sale con un sermón cuando menos viene a cuento, y se <strong>de</strong>svive por hallar qué repren<strong>de</strong>r<br />

en los <strong>de</strong>más. ¡Paciencia, Enrique, paciencia! ¡Acuérdate <strong>de</strong> los consejos <strong>de</strong>l señor Las Casas!<br />

¡Este sí que es hombre justo, y que sabe tratar a cada cual como merece! ¿Qué sería <strong>de</strong> mí si<br />

me faltara su sombra? ¡Dios no lo permita!<br />

Llegó a su cuarto, y entabló con su fiel Tamayo una larga y animada conversación, cuyo<br />

tema principal fue Mencía. Enrique estaba muy entusiasmado con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> ir todos los<br />

días <strong>de</strong> fiesta a visitar a su prima; y ofreció a su interlocutor que procuraría con empeño<br />

el permiso <strong>de</strong> ser acompañado por él, a fin <strong>de</strong> que tuviera también la satisfacción <strong>de</strong> ver a<br />

la niña, a quien Tamayo tenía gran<strong>de</strong> amor, como a todo lo que le recordaba a Anacaona,<br />

Guaroa e Higuemota; <strong>de</strong> quienes, como <strong>de</strong> Enrique, tenía mucho empeño en ser consi<strong>de</strong>rado<br />

como pariente, y acaso lo fuera en realidad; llegando a acreditarlo en todo el convento<br />

a fuerza <strong>de</strong> repetirlo.<br />

—¿Y qué otra cosa os agradó en la Fortaleza, Enrique? –preguntó Tamayo en el curso<br />

<strong>de</strong> la conversación.<br />

—Me agradó mucho la Virreina al principio, pero <strong>de</strong>spués…<br />

—¿Qué sucedió? –volvió a preguntar Tamayo.<br />

—¡Nada, hombre, nada! –respondió Enrique con impaciencia. Lo que me disgustó fue<br />

ver en el camino, cerca <strong>de</strong> la Fortaleza, muchos pobres indios que cargaban materiales y<br />

batían mezcla para las gran<strong>de</strong>s casas que se están construyendo, y los mayorales que para<br />

hacerlos andar a prisa solían golpearlos con las varas.<br />

—¡De poco os alteráis, Enrique! –dijo Tamayo con voz y gesto sombríos–. Acostumbrad,<br />

si podéis, los ojos a esas cosas, o no viviréis tranquilo.<br />

—Eso no podrá ser, Tamayo –contestó Enrique–. Mientras los <strong>de</strong> mi nación sean maltratados,<br />

la tristeza habitará aquí –concluyó tocándose el pecho.<br />

En este punto <strong>de</strong>l coloquio la noche cerraba, y sus sombras cubrían gradualmente el<br />

espacio, disipando los últimos arreboles <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>: la campana mayor <strong>de</strong> la Iglesia <strong>de</strong>l monasterio<br />

resonaba con grave y pausado son, dando el solemne toque <strong>de</strong> oraciones. Enrique<br />

y Tamayo se dirigieron al corredor o dilatado claustro a que correspondía su dormitorio, y<br />

allí encontraron congregada una parte <strong>de</strong> la comunidad. El licenciado Las Casas acababa <strong>de</strong><br />

llegar, y repetía con los religiosos <strong>de</strong>votamente la salutación angélica.<br />

Terminado el rezo, Las Casas tomó a Enrique <strong>de</strong> la mano y comenzó a pasearse a lo<br />

largo <strong>de</strong> la extensa galería.<br />

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