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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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—También tengo noticia <strong>de</strong> ese joven cacique, y lo veré con mucho gusto –repuso Don<br />

Diego–. Me han dicho que es pariente <strong>de</strong> la viuda <strong>de</strong> Guevara, y que ambos pertenecen a<br />

la familia que reinaba en jaragua. Deseo conocer esos lugares y la gente que los puebla,<br />

que se asegura es la más hermosa y distinguida <strong>de</strong> estos indígenas. Por lo que respecta a<br />

Enriquillo, Don bartolomé dice que sus preceptores, los frailes franciscanos, escriben <strong>de</strong> él<br />

que su inteligencia extraordinaria hace honor a la raza india. Pronto lo veré por mí mismo,<br />

y compartiré gustoso con Velázquez la obligación <strong>de</strong> protegerle.<br />

—Me alegro <strong>de</strong> que tenga Usía tan buenas disposiciones para con él: ese muchacho, como<br />

el indio que <strong>de</strong>sarmó a Val<strong>de</strong>nebro y Pontevedra, como Cotubanamá, y otros muchos, son<br />

la prueba más concluyente <strong>de</strong> que la raza indígena <strong>de</strong> estas regiones es tan aventajada en<br />

razón y faculta<strong>de</strong>s morales como cualquiera <strong>de</strong> las más privilegiadas <strong>de</strong> Europa o <strong>de</strong> Asia.<br />

—Lo creo como vos, señor Valenzuela –dijo gravemente Don Diego–, y me propongo<br />

proce<strong>de</strong>r en mi gobierno con arreglo a tan juicioso y bien fundado dictamen.<br />

XXX. Efecto inesperado<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Mientras que Don Francisco <strong>de</strong> Valenzuela daba cuenta circunstanciada en la Fortaleza<br />

<strong>de</strong> la vida y hechos <strong>de</strong> Diego Velázquez y sus compañeros <strong>de</strong> viaje, éstos recibían en su<br />

alojamiento la visita <strong>de</strong> Don bartolomé <strong>de</strong> Las Casas.<br />

Apresuróse Velázquez a recoger noticias sobre los cambios recientes ocurridos en el<br />

personal <strong>de</strong>l gobierno <strong>de</strong> la colonia, y supo con satisfacción y regocijo que el nuevo Gobernador<br />

estaba muy altamente predispuesto en su favor. Decía Las Casas mo<strong>de</strong>stamente<br />

que el Almirante había salido <strong>de</strong> España animado <strong>de</strong> esas favorables disposiciones; pero el<br />

Capitán se obstinó en dar gracias al Licenciado con la más cordial efusión, atribuyendo a<br />

sus informes y a su influencia los buenos auspicios bajo los cuales iba a presentarse al nuevo<br />

árbitro <strong>de</strong> la fortuna y la riqueza en el mundo occi<strong>de</strong>ntal.<br />

Es in<strong>de</strong>cible la emoción con que Enriquillo correspondió a su vez a las cariñosas frases<br />

que le dirigió Las Casas, al ser presentado a éste por Diego Velázquez. “Ved aquí vuestra<br />

obra y la mía”, había dicho éste a su antiguo consejero <strong>de</strong>l Bahoruco; y fijando el Licenciado<br />

un momento su mirada <strong>de</strong> águila en las facciones <strong>de</strong>l joven indio –¡Enriquillo! –exclamó–.<br />

¡bendito sea Dios! ¡Cómo ha crecido este muchacho, y qué apostura y fortaleza está mostrando!<br />

Abrásame, hijo mío. ¿Eres feliz? ¿Estás contento?<br />

—Mi padrino es muy bueno para mí, señor Licenciado –dijo Enriquillo–, y estoy contento<br />

porque os veo a vos, mi protector, y porque creo que vos me haréis ver muy pronto a<br />

la familia que aquí tengo…<br />

—Ahora mismo, muchacho, si tu padrino lo permite. ¡De cuánto consuelo va a servir<br />

tu presencia a tu pobrecita tía! Mira, ella está enferma, muy <strong>de</strong>licada; pero no vayas a hacer<br />

pucheros y a amargarle el gusto <strong>de</strong> verte.<br />

—No temáis flaqueza <strong>de</strong> mi parte –repuso el joven con tono firme y severo–. Me habéis<br />

escrito más <strong>de</strong> una vez que yo <strong>de</strong>bo ser el apoyo <strong>de</strong> mi tía Higuemota y mi prima Mencía,<br />

y esa i<strong>de</strong>a está clavada aquí –concluyó, llevándose la mano al pecho.<br />

Diego Velázquez prestó gustoso su venia a la excursión <strong>de</strong> Enrique con el Licenciado, y<br />

ambos se dirigieron con planta rápida a la morada <strong>de</strong> Higuemota.<br />

Ésta yacía reclinada en un ancho sitial <strong>de</strong> mullido asiento, y las sombras <strong>de</strong>l sepulcro se<br />

dibujaban ya con lúgubre expresión en su semblante pálido y <strong>de</strong>macrado. Su hija, bella y<br />

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