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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

nave que a toda vela se acercaba a la costa para embarcar los expedicionarios y el valioso<br />

rescate, el <strong>de</strong>sconfiado cacique se había retraído al monte, pretextando súbita indisposición;<br />

pero es más conforme con el carácter <strong>de</strong> Enriquillo y con las circunstancias <strong>de</strong>l caso, pensar<br />

que para librarse <strong>de</strong> concluir ningún compromiso respecto a la propuesta <strong>de</strong> sumisión, el<br />

pru<strong>de</strong>nte caudillo prefirió no comparecer, y excusarse con el referido pretexto. El resultado<br />

fue que Hernando <strong>de</strong> San Miguel, aunque sintiendo muy <strong>de</strong> veras la ausencia <strong>de</strong>l cacique,<br />

hizo honor al festín con sus compañeros <strong>de</strong> armas, y se volvió para Santo Domingo, más<br />

satisfecho que Paulo Emilio cuando llevaba entre sus trofeos para Roma todas las riquezas<br />

<strong>de</strong>l vencido reino macedónico. El anciano Capitán no halló sin embargo el recibimiento que<br />

merecía. La liberalidad <strong>de</strong> Enriquillo fue altamente elogiada en toda la isla; su nombre resonó<br />

por el orbe español acompañado <strong>de</strong> aplausos y bendiciones –¡tanto pue<strong>de</strong> el oro!– mientras<br />

que el <strong>de</strong>sgraciado San Miguel no recogió sino agrias censuras, teniéndose generalmente por<br />

indiscreto y torpe el regocijado alar<strong>de</strong> con que quiso el sencillo veterano celebrar la naciente<br />

concordia; y nadie puso en duda que aquel acto inocente impidió por entonces la completa<br />

sumisión <strong>de</strong>l cacique. ¡Tanto pue<strong>de</strong> la ingratitud!. 162<br />

LI. Paz<br />

Poco esfuerzo costó a Enriquillo hacer que el rudo e indómito capitán Tamayo volviera<br />

al gremio <strong>de</strong> su obediencia. Le envió un mensaje con su sobrino Romero, y como que ya<br />

el rencoroso indio estaba harto <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong> venganzas; como que badillo 163 y todos los<br />

antiguos tiranos habían <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> la Maguana, temerosos <strong>de</strong> aquellos terribles saltos<br />

<strong>de</strong> tigre, que <strong>de</strong>svastaban sus ricas haciendas, y amenazaban <strong>de</strong> continuo sus vidas, Tamayo,<br />

que <strong>de</strong> todo corazón amaba a Enriquillo y no podía conformarse con vivir lejos <strong>de</strong> él, vio el<br />

cielo abierto al recibir el mensaje, que lo llamaba al bahoruco, y en el acto se fue para allá<br />

con toda su gente, bien provista <strong>de</strong> ropa, armas y otros preciados productos <strong>de</strong> sus correrías.<br />

En lo sucesivo no volvió a dar motivo <strong>de</strong> queja a Enriquillo y vivió sujeto a disciplina, como<br />

un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> docilidad y mansedumbre.<br />

Y era natural que se adormecieran en Tamayo, como en todos los indios alzados, las<br />

i<strong>de</strong>as y los sentimientos belicosos: la misión <strong>de</strong>l padre Remigio, como la breve y conciliadora<br />

campaña <strong>de</strong> San Miguel, habían <strong>de</strong>jado muy favorable impresión en todos los ánimos; los<br />

rebel<strong>de</strong>s bajaban con frecuencia al llano, y traficaban casi libremente con los habitantes <strong>de</strong><br />

los pueblos circunvecinos. En vista <strong>de</strong> todo, llegó Enriquillo a admitir la posibilidad <strong>de</strong> una<br />

transacción final, que asegurara la completa libertad <strong>de</strong> su raza en la Española; objeto que su<br />

generoso instinto había entrevisto más <strong>de</strong> una vez, cual vago ensueño <strong>de</strong> una imaginación<br />

enfermiza. Él podía caer un día u otro; la muerte le había <strong>de</strong> cobrar tar<strong>de</strong> o temprano el<br />

natural tributo; y entonces ¿qué suerte sería la <strong>de</strong> su adorada consorte; qué fin provechoso<br />

podría tener la rebelión <strong>de</strong>l bahoruco para los pobres indios? Si en vez <strong>de</strong> su precaria<br />

existencia, él, Enrique, lograba que, gracias a sus heroicos y cristianos hechos, la metrópoli<br />

castellana reconociera solemnemente los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> hombres libres a todos los naturales<br />

<strong>de</strong> la Española, ¿qué galardón más digno pudiera él <strong>de</strong>sear, que ver coronada su gigantesca<br />

obra con la libertad <strong>de</strong> todos los restos <strong>de</strong> su infeliz raza?…<br />

162Tal fue el juicio unánime que se encuentra en los historiadores y los documentos <strong>de</strong> aquel tiempo sobre el<br />

alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> San Miguel.<br />

163 o Sobre el fin <strong>de</strong>l malvado Badillo, véase el Apéndice n. 8.<br />

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