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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Colón por las referidas fórmulas y ceremonias a <strong>de</strong>cir lo que le pareciera, también lo hizo en<br />

términos dignos <strong>de</strong> su nombre y estado, corroborando todo lo dicho por Las Casas.<br />

El obispo <strong>de</strong>l Darién pidió permiso para hablar nuevamente, y consultado el Rey por<br />

sus dos gran<strong>de</strong>s asistentes, el Canciller contestó: –”Reverendo obispo, Su Majestad manda<br />

que si algo tenéis que añadir a lo dicho, lo hagáis por escrito”.<br />

Con esto el Rey se retiró <strong>de</strong>l salón, y terminó el solemne acto. El triunfo <strong>de</strong> Las Casas fue<br />

completo y brillante. Fray juan <strong>de</strong> Quevedo, o porque la gracia divina le tocó el corazón, o<br />

por la vergüenza <strong>de</strong> haber sostenido la mala causa con peor éxito, presentó al Consejo <strong>de</strong><br />

Indias varios memoriales, confesando que Las Casas tenía razón en todo, y diciendo que se<br />

adhería a su parecer y a sus indicaciones. Enfermó en seguida; Las Casas fue a verle; hiciéronse<br />

amigos, y a pocos días el vencido prelado se murió, pudiéndose creer en caridad que<br />

<strong>de</strong> puro arrepentimiento: <strong>de</strong> Dios es el juicio.<br />

El mismo obispo Fonseca, con toda su soberbia, abatió pendones y capituló, aceptando los<br />

proyectos <strong>de</strong> Las Casas para establecer en el Nuevo Mundo colonias pacíficas <strong>de</strong> labradores<br />

españoles honrados, que irían conviniendo los indios a la civilización y el trabajo libre por<br />

medio <strong>de</strong> la religión y <strong>de</strong> los buenos ejemplos. Llevados aquellos proyectos a la práctica, toda<br />

previsión, los trabajos y las santas intenciones <strong>de</strong>l filántropo se estrellaron en la malicia y<br />

los feroces hábitos <strong>de</strong> rapacidad <strong>de</strong> aquellos endurecidos conquistadores, que contrariaban,<br />

hacían estériles y ponían en ridículo los esfuerzos <strong>de</strong>l insigne varón, cuya alma colmaron <strong>de</strong><br />

dolor y <strong>de</strong> amargura; no concibiendo otros medios <strong>de</strong> medrar y prosperar que el asesinato<br />

y la esclavitud <strong>de</strong> los indios.<br />

XXIII. Vida nueva<br />

Las disposiciones <strong>de</strong> Don Francisco <strong>de</strong> Valenzuela, relativas a la buena y cómoda instalación<br />

<strong>de</strong>l cacique Enrique y su esposa en el lindo pueblo <strong>de</strong> San juan, sufrieron inmediato<br />

trastorno por la alarmante agravación <strong>de</strong> las dolencias <strong>de</strong>l anciano. Acostumbrado al movimiento,<br />

a la equitación y los <strong>de</strong>más ejercicios saludables <strong>de</strong> la vida campestre, la forzosa<br />

inmovilidad a que lo redujo la calentura que su médico <strong>de</strong>nominaba pleuropneumónica,<br />

postró rápidamente sus fuerzas: la enfermedad se complicó haciéndose refractaria a todos<br />

los medicamentos, y cuando los recién casados con Andrés <strong>de</strong> Valenzuela y su séquito<br />

regresaban <strong>de</strong> Santo Domingo, ya un correo les llevaba la noticia <strong>de</strong> que el enfermo había<br />

recibido los últimos sacramentos. Enrique y Mencía, sin <strong>de</strong>tenerse siquiera a <strong>de</strong>scansar en<br />

San Juan, resolvieron seguir inmediatamente al Hato, don<strong>de</strong> se hallaba el moribundo, a fin<br />

<strong>de</strong> asistirle y <strong>de</strong>mostrarle su afectuosa gratitud.<br />

El joven Valenzuela dio muestras <strong>de</strong> gran pesar ante el próximo e inevitable fin <strong>de</strong> su<br />

excelente padre, y éste tuvo en ello el más grato consuelo, pues siempre le había lastimado<br />

la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que su hijo no le amaba: lo bendijo, pues, con gozosa efusión. Dos días <strong>de</strong>spués<br />

le habló largamente, exhortándolo a ser bueno y a seguir los santos ejemplos que él le había<br />

dado en toda su vida, y concluyó por <strong>de</strong>cirle, en presencia <strong>de</strong> Enrique y <strong>de</strong> Mencía, que<br />

mustios y abatidos asistían a aquéllas recomendaciones supremas:<br />

—Ya sabes, hijo mío, cuánto he amado a este virtuoso Enriquillo, confío en que, acabada<br />

esta mi vida mortal, para entrar en la eterna por la misericordia <strong>de</strong>l Señor, tú has <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar<br />

y tratar al cacique, en memoria mía, como a un buen hermano tuyo, protegiéndole a<br />

él y a su esposa en todas las ocasiones, puesto que él es <strong>de</strong> hecho y <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho libre; y nadie<br />

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