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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Después <strong>de</strong> almorzar, Enrique montó a caballo y se dirigió al Hato. Esperaba con<br />

impaciencia la noche, seguro <strong>de</strong> que su mensajero Galindo llegaría en sus primeras horas,<br />

con las nuevas que ansiosamente aguardaba <strong>de</strong> Santo Domingo.<br />

A las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se le presentó el viejo Camacho. –¿Qué hay en La Higuera? –le<br />

preguntó el cacique, sorprendido–. ¡Tú por aquí, a estas horas!…<br />

Camacho estaba habitualmente en el pueblecillo indio, don<strong>de</strong> vivía a sus anchas, como un<br />

filósofo; metido en su hamaca, fumando su cachimbo, 127 enseñando a rezar a los niños, y fabricando<br />

toscas imágenes <strong>de</strong> arcilla, que él llamaba santos, y por la intención realmente lo eran.<br />

A la interpelación <strong>de</strong> Enriquillo respondió el anciano con misterio:<br />

—Gran novedad, Enriquillo. Hace poco más <strong>de</strong> una hora que los visitadores, con el<br />

escribano señor Luis Ramos, estuvieron en La Higuera mirándolo todo <strong>de</strong> abajo arriba,<br />

haciendo apuntes, y preguntando a diestro y siniestro cómo vivía la gente, y los oficios en<br />

que se ejercitaba.<br />

—Y eso ¿tiene algo <strong>de</strong> particular, Camacho? –preguntó Enrique.<br />

—Mucho, a mi ver –contestó el viejo–; al partir oí distintamente al señor Hernando <strong>de</strong> joval <strong>de</strong>cir<br />

a sus compañeros: “Esto es un verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Nadie tiene indios <strong>de</strong> esta manera”. 128<br />

—Es porque no saben que son los indios <strong>de</strong>l finado Don Francisco, libres <strong>de</strong> hecho y <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>recho –dijo Enrique.<br />

—Sí, lo saben –insistió Camacho–; bien claro trataron <strong>de</strong> esto, y hasta se propasaron a<br />

murmurar <strong>de</strong>l difunto, que dijeron era un botarate, un santochado, 129 que <strong>de</strong>bió tener curador<br />

<strong>de</strong> oficio para sus bienes.<br />

—¡Deslenguados! –exclamó Enriquillo, al oír calificar tan indignamente la liberalidad<br />

<strong>de</strong> su bienhechor.<br />

—Si mis sospechas se confirman –volvió a <strong>de</strong>cir Camacho–, convendrá que yo vaya a<br />

dar cuenta al padre: al enviarme acá con vosotros, fue recomendándome que vigilara mucho<br />

y le hiciera saber cualquier novedad que fuera en perjuicio <strong>de</strong> tus intereses…<br />

—¡bondadoso protector; sacerdote santo! –exclamó enternecido Enriquillo–. Tu virtud<br />

por sí sola paraliza en mi corazón los impulsos <strong>de</strong>l odio, cuando quiere sublevarse ante las<br />

injusticias que los <strong>de</strong> tu raza…<br />

—¡Silencio, cacique! –interrumpió el viejo–. Nunca olvi<strong>de</strong>s que a esa raza <strong>de</strong>bemos tú y<br />

yo la fe <strong>de</strong> Cristo, que nos enseña a amar a los que nos aborrecen: tú y yo estamos también<br />

obligados a recordar que no solamente su merced el padre Las Casas, sino algunos otros,<br />

nos han tratado siempre con cristiana caridad.<br />

—bien sabe Dios, Camacho –dijo Enrique con grave acento–, que mi pecho no es avaro<br />

<strong>de</strong> gratitud, y que por esa misma razón, es ancha y honda la medida <strong>de</strong> mi paciencia.<br />

—¿Cabrán holgadamente en ella las humillaciones, Enriquillo? –preguntó el anciano<br />

indio, como un padre que explora el corazón <strong>de</strong> su hijo.<br />

—Hasta cierto punto, Camacho –respondió con voz agitada Enrique–. Es preferible la<br />

muerte, a la humillación <strong>de</strong>l alma: pase la <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

—¿Aun la muerte eterna, cacique? –insistió Camacho.<br />

—¡Todas las muertes! –concluyó Enriquillo.<br />

127 La pipa <strong>de</strong> fumar <strong>de</strong> los indios.<br />

128 Los visitadores <strong>de</strong> indios tenían a su cargo velar por el exacto cumplimiento <strong>de</strong> las or<strong>de</strong>nanzas. En la Maguana<br />

lo eran Fernando <strong>de</strong> joval y Luis Cabeza <strong>de</strong> Vaca.<br />

129 En aquel tiempo, lo mismo que idiota o mentecato: hállase el vocablo usado por Las Casas.<br />

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